domingo, agosto 31

home, sweet home

Después de tener casa llena por casi diez días se siente bien volver a la rutina, ser sólo dos, vivir en medio de nuestro pequeño y ordenado caos. Nos tardamos cuatro horas de volver del aeropuerto, con la tranquilidad de que no hay que cuidar de nadie más, explicar algo, servir de guía, planear el siguiente recorrido. Paramos en lugares al azar, caminamos a paso lento, con destino final pero sin rumbo definido. Regresamos a casa con actitud permisiva y medianamente indiferente al desorden, aunque hicimos de la lavandería una forzada prioridad, pues mañana hay que regresar a trabajar. La vida sigue en medio de pausas e interrupciones. Es tiempo de nuevas incertidumbres y comienza de nuevo el proceso de decidir en dónde estaremos el próximo año, y mientras, en el ínter, seguir.

sábado, agosto 2

sermones gratuitos que nadie pide

Cuando estoy convencida de algo, no me gusta que me digan que no, y así es como me empeño más en que suceda, y si no, por lo menos darme cuenta de porqué no se puede. Casi al mismo nivel, me desquicia terriblemente cuando la gente piensa que porque ellos hacen algo, todos los demás deberían a su vez hacerlo. Y es increíble que de pronto medio mundo a mi alrededor toma decisiones que piensan que todos los demás deberíamos tomar, como si fuese tan divertido que todos estuviésemos cortados con el mismo molde, como si todos tuviésemos la misma personalidad o atravesáramos por las mismas circunstancias.
Quisiera que un día la gente se diera cuenta que preguntar si ya estás en el proceso de encargar un bebé es descortés, inapropiado y grosero. Que el que haya personas que no tienen un trabajo y/o lugar fijo para vivir no quiere decir que no tengan planes. Que es válido tener dudas. Que en general la gente es distinta y no por eso vas a llegar a sermonearla sobre cómo alguien cree que debería hacer las cosas.
Quizá el problema soy yo. Quizá debería moverme en círculos más diversos.



martes, julio 29

hopscotch

Hoy me topé con esta página en donde se dieron a la tarea de musicalizar todos los capítulos de la novela Rayuela, de Julio Cortázar. Me picó la curiosidad y estuve escuchando la música hasta el capítulo 5, cuando se empezó a hacer incómodo estar teniendo que interrumpir lo que hacía para darle clic a cada video. Fue un viaje interesante, considerando que he querido volver a leer la novela sin lograrlo. La verdad es que, aunque Rayuela fue un libro que me marcó, creo que lo hizo porque lo leí en un momento clave de mi vida, pero a estas alturas ya se siente un poco anacrónico. Leí la novela por primera vez hace nueve años, cuando buscando quién sabe qué referencia me la encontré en la biblioteca del CIDE. Ya había leído antes cuentos de Cortázar, primero con un no muy buen sabor de boca con Las armas secretas, que leí porque Julio Cortázar era el escritor favorito de Fer y El perseguidor su cuento preferido, y después algunos cuentos por aquí y por allá cortesía de Miho, en una tutoría para un análisis de literatura latinoamericana en York U, y de Raúl y Belén a quienes desde entonces recuerdo con Axolotl. No sé por qué me llamó la atención Rayuela esa vez pero tomé el libro y no pude soltarlo, a pesar de que en ese entonces trabajaba como loca explotada a más no poder. Me atraparon sus personajes y sus interacciones, sus circunstancias y su ambiente, París, su belleza, sus absurdos y tragedias. En muchas partes encontraba paralelismos en la historia con mis días de estudiante yendo a todos lados con Fer, pero en otras partes me alimentaba una ilusión de no sé dónde, convencida de que yo era la Maga de alguien. Lo que no me daba cuenta es que era sólo eso, que yo quería ser la Maga de alguien, pero que no lo era, de nadie, aunque el darme cuenta de ello me llegó hasta tiempo después. Por eso digo que Rayuela me parece anacrónica ahora, porque lo que me provoca el libro se relaciona con sensaciones muy viejas, y cada que leo algo de ahí me remite a cómo me sentía años atrás, y es una regresión un poco ridícula. Hay sin embargo, una parte que aún me puede (La Maga sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo  menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos) y que siento muy real, porque a veces siento que eso todavía me pasa. Me emocionan las coincidencias que en verdad no lo son tanto, y aún creo que si pienso mucho en alguien y ese alguien también piensa en mí, tarde o temprano nos encontraremos, y eso es lindo. Así que Rayuela se queda así en un estante no muy a la mano de mi corazón, pero se queda. Mi libro favorito de Cortázar, por cierto, es Historias de Cronopios y de Famas. Es un libro que siempre que leo me hace feliz.
En fin.

miércoles, julio 23

letters of recommendation

En un mundo ideal las cartas de recomendación no deberían de existir. Ya todos sabemos que en la mayoría de los casos el candidato las escribe o por lo menos esbozó el guión de lo que hay que decir, que los nombres pesados aún cuando firmen una carta escueta tienen más valor que la semblanza de maravillas y cualidades que un desconocido haya escrito sinceramente desde el corazón, que los contactos y los conectes son los que cuentan, y que al final muchas de las recomendaciones que cuentan son precisamente las que no se envían en una carta... Eso sin contar ese cúmulo de vergüenza que lo inunda a uno cada vez que tiene que vencer todos estos demonios cuando debe pedir una de estas cartas, más el lidiar con ese cachito de dignidad que parece morir cada vez que uno se somete a estos procesos y le quiere seguir el juego a estas cosas que a veces no sabe uno ni para qué más...
En fin. De esas veces que sólo queda suspirar y tragarse el decir hay que vida ésta. Pfff

miércoles, julio 2

miércoles

Mi cabecita se niega a concentrarse hoy, y cuando a mi mente le da por vagabundear por ahí encuentra consuelo en música tranquila y cálida (no pongo atención a las letras, pero disfruto mucho ahora a Band of Horses, y la sorpresa de The xx), historias, a veces dibujitos (feliz de haber descubierto a guerreroagustina.blogspot.com.es por el momento), y casi siempre una ventana que dé a alguna vista en verde (mi árbol de jacaranda ya está todo lleno de hojas otra vez y recién le encontré algunas flores nueves) en un día como hoy que no se decide si quedarse soleado o prepararse para empezar a llover.
Y en el ínter, esa sensación de seguir esperando, sin saber muy bien qué.

jueves, junio 26

.

Para que mi mente no se me ponga ociosa pensando en si algún día voy a poder reproducirme o no, a mi vida cotidiana llegan más cosas que hacer que tienen que resolverse casi siempre en el mismo día o vecindario de días. Mala elección la de pedirme que haga revisión de este documento: quizá no sea buena para escribir, pero eso de hacer proofreading y corregir estilo se me da algo bien y no me sale ser ni muy diplomática ni muy de hacer sugarcoating en mis opiniones, pero por lo mismo me puedo tardar horas porque no me gusta hacer una crítica sin tener una alternativa para proponer. Esto mismo me pone un poquito triste porque no he podido trabajar en esa traducción que tantas ganas tengo de hacer pero tanto me consume y ahí sí que voy de un párrafo a la vez. Pero al menos todo eso sí me gusta. Porque por otro lado me siento una total inútil porque llevo días y muchos intentos de explicaciones sin poder entender qué tipo de estimaciones tengo que hacer para esa bendita última tabla de resultados y ya no sé qué más maromas aventarme a ver si por fin me llega la iluminación. Luego mi variable descriptiva con más de catorce mil observaciones por fin ha sido reducida a menos de trescientas por codificar, si tan sólo ésas no fueran las menos precisas para generalizar. Y tengo el deadline encima para terminar ese ensayo en donde explico cómo voy a salvar al mundo si por fin me dan ese empleo que llevo medio vida creyendo que es el trabajo de mis sueños, y a pesar de que llevo semanas con ese borrador no puedo pasar de esas pocas ideas. Y en el ínter trato de aprender cosas nuevas sobre cómo hacer encuestas y llegar temprano a casa para disfrutar de ratitos de calor de hogar antes de que acabe el día y organizarme para leer lecciones que alimenten mi alma y tratar con mayor frecuencia de dormir más de seis horas (si tan sólo los sueños imposibles o las pesadillas no me afectaran tanto a veces). Y así las cosas.
En fin. Sean felices, tengan días buenos.

sábado, mayo 31

una más de sábado

Éste quizá sea el último sábado que paso aquí solita en un buen rato. Digo quizá porque soy bien mula y bien arisca y no me creo nada hasta que lo tenga ya en la mano. Y porque estoy y estaré llena de ansiedades de aquí  al miércoles hasta que no estemos ya los dos aquí y por fin pueda llamar hogar a este lugar.
No me molesta estar sola, me gusta, y muchas veces lo necesito. Tener el soundtrack de mi vida de música de fondo mientras limpio y ordeno me distrae y me da energías, pero dependiendo del azar, la música que me acompañe al hacer de comer me puede poner muy melacólica, sobre todo cuando cocino sólo para mí sin la intención de dejar sobras para después.
Hasta hace poco apechugué con el hecho de que estar de vuelta en el terruño me significa muy poco cuando la gente a la que quiero está desperdigada en muchos mundos a la redonda. A veces, aunque uno las quiera mucho, la gente más cercana físicamente tiene circunstancias muy lejanas a nosotros y con quienes nos entendemos mejor en este momento nos quedan a muchas llamadas por Skype a la distancia. Así que mi sábado mañanero se ha convertido en un cúmulo mensajes, correos, promesas de llamadas y coordinación de visitas a futuro.
Tacho varias tareas de mi lista de pendientes, mientras pienso de dónde voy a sacar tiempo para todo lo demás que quiero hacer porque soy bien pachorruda. Mi candidez e ingenuidad se coluden con la necedad que me sale cuando no me gusta que me digan que no y me quieren convencer de que puedo traducir un libro sólo porque creo que es bueno. Mis circunstancias me recuerdan que debo terminar de editar esa base de datos, diseñar una clase para el próximo semestre, escribir un ensayo para tratar de ser atractiva en el mercado laboral otra vez, y un correo electrónico me avisa que hay nuevas estimaciones y nuevas tablas por  hacer. Todo esto me emociona. La cuestión ahora es seguir, cumplir la parte ésa del "sticking around".
En fin.
Sean felices. Tengan días buenos.

jueves, mayo 29

eternal sunshine of the spotless mind

La última vez que vi a mi abuelita Julia fue hace dos semanas. No pude platicar mucho con ella porque fue la celebración del cumpleaños de mi mamá, en el cual no había podido estar presente en más de siete años, así que estuve a cargo de la organización y el servicio, y cuando por fin me pude sentar, ella ya se quería ir. Ojalá hubiese sabido que ésa sería la última vez que la vería entera. Esta semana las cosas se complicaron demasiado rápido y ella presenta ya señales cada vez más fuertes de demencia senil. Hace dos noches mientras mi hermano me contaba los pormenores, yo escuchaba a la distancia, interactuando con una frialdad, dando datos y hechos, como si no se tratara de mi abuela, como si fuese algo que inevitablemente pasa en esta vida y que sólo queda apechugar y ajustarnos y seguir (lo cual sigo pensando), pero totalmente desconectada, como si no fuese algo personal. Dos horas después hablé con Will y fue ahí donde me rompí. No pude decir más de dos oraciones sin parar de llorar.
Estoy harta de enfermedades crónico-degenerativas que no tienen cura. Uno no sabe ni el día ni la hora en que nos toca irnos, pero cuando tienes algo así por lo menos te vas dando una idea de lo que te espera hacia el final de tus días. Es como saberlo más cerca.
Me duele por todos nosotros, que veremos a nuestra madre y abuela dejarnos poco a poco, quizá poco a poco olvidando quienes somos. Me duele por quienes planearán su vida en función de los cuidados que ahora ella necesita. Me duele porque ahora entiendo a mi papá cuando dice que es mejor morir joven y entero. Me duele porque mis hijos no podrán conocer a su bisabuela de la forma en la que yo la conocí, o no podrán interactuar con ella de la forma en la que yo fui bendecida con mis bisabuelos. Y me duele aún más porque hace un mes y medio justamente fue cuando me dijo que uno de sus regalos de cumpleaños es que pueda conocer a mis hijos. Bien, como si no necesitara más motivos para alimentar mis ansiedades respecto a esta maternidad que no sé si va a llegar.
Quizá la única cosa buena hasta ahora es la llamada de mi madre anoche, contándome, entre otras cosas, que mi abuela la despertó en la noche para decirle: "qué lindo está el hijo de Karina y Will, qué lindo, pero el que viene lo estará aún más".  Y mi querido Will, que se vuelve optimista para darme ánimos, me dice que lo vea como un presagio, y si no al menos, en su mente, mi abuela ya ha conocido a sus bisnietos que tanto anhelo tenía por conocer.
Pero yo no sé. Yo sigo con el miedo de perderla poco a poco. A veces eso parece lo peor. Y por mientras, entre tantas cosas, la vida sigue.

jueves, mayo 22

for better or for worse

Hoy fue mi día malo del mes, aquél cuando me siento blue y algo down, sin interés en general y totalmente incapaz de concentrarme en algo. Aún así me forcé a trabajar por un rato editando mi nueva base de datos y emprendí la caminata de regreso a casa ante la imposibilidad de correr (estoy guardando mi energía y sigo reposando mi cadera para la carrera del domingo) pero la lluvia me agarró de nuevo de camino y tuve que tomar el autobús.
La lluvia ligera acabó en tormenta, y me hizo recordar lo mucho que me asustan las tormentas. Los truenos me ponen nerviosa. No me gusta que me toque una tormenta estando sola. La peor que recuerdo fue una vez en mi primer año del doctorado. Una tormenta eléctrica me parece fuera de la temporada de monsones, y que duró por horas, una buena parte de la noche. Lo peor fue que se fue la luz (la única vez que me quedé sin luz en los seis años que me aventé en Estados Unidos) y no tenía velas ni nada y del miedo me quedé dormida en el sofá de la sala. Esta vez no fue tan mala y la luz no se fue, pero igual me da un pelín de miedo.
Aprovechando la lluvia y mi estado de ánimo puse una película. Blue Valentine estaba en mi lista desde hace un buen rato. Me gustó la música, las tomas, la dinámica entre Michelle Williams y Ryan Gossling (oh, Ryan Gossling, que no es mi tipo, pero cómo hace que me tiemblen las rodillas en algunos de sus papeles), y quería que la historia me gustara, pero nunca pude entender el meollo de la historia, lo que sería la verdadera razón de su separación. Verán, yo tiendo a ser una problem solver y si veo un problema no me gusta darle muchas vueltas sino enfrentarlo de una forma u otra, si no por lo menos comprenderlo antes de intervenir. Y nunca pude entender en dónde estaba todo su desencanto. La película cuenta toda su historia desde que se conocieron hasta que se casan, pero nunca cuenta lo que pasa en sus años de matrimonio. Y es ahí dónde no me trago la historia ni el final, porque las peleas son sólo gritos sin sustancia. Ni siquiera hay acusaciones, sólo insultos y una que otra disculpa o súplica.
Y no sé porqué esto me molesta algo. Quizá es que, como bien comentó Seth Rogen sobre la intervención de su esposa cuando escribía el guión para Neighbors, Hollywood sobreexplota la idea de los matrimonios como un martirio en donde sus dos partes son miserables, y entonces tenemos todos estas representaciones de matrimonios fallidos (paradojicamente, para muestra otro botón: Take This Waltz, otra peli de matrimonio fracasado donde el esposo es Rogen y la esposa Williams). Quizá es porque simplemente no le pude encontrar la lógica a la trama y me quedé con la sensación de que me cortaron unos veinte minutos de película. En fin. Quizá ya me estoy volviendo una vieja refunfuñona.






sábado, mayo 10

sábado después de mediodía

Por fin un sábado en casa sin compromisos. El edificio está en silencio, quizá todo mundo salió a festejar a sus mamás. Llueve un poco, así que puedo tener la persiana que da al jardín abierta, sin tener que preocuparme por todos aquellos que traen a sus perros a hacer sus necesidades y que sinquererqueriendo siempre echan un ojo al interior de esta casa. Está nublado así que la sala está casi a oscuras, pero me gusta. Tengo el tazón con fideos calientes y una salsa de tomate con atún, simplezas culinarias que salen en un ratito con lo que sea que hay en la despensa y en el refri. Con este ir y venir sólo compro lo necesario para no dejar nada que se eche a perder. Me siento orgullosa de mí misma cuando resisto la tentación de salir a comprar algo o de traerme algo congelado/empaquetado/prehecho por flojera.
Muchas veces los sábados así solita me apachurran un poco, pero hoy no es así. Después de un viaje muy demandante pero también muy reparador, aprecio el silencio y así disfruto más la esperanza de que esta espera quizá ya no dure más. Quizá, por fin, el día que tanto hemos ansiado habrá de llegar pronto.Y así, después de meses de espera e incertidumbre, volveré de nuevo a mi hogar.

martes, abril 22

entre paréntesis

Quizá la mejor época del año aquí en el DF sea la primavera: muy verde, ni muy calurosa pero no fría y sin tanta lluvia y con muchas flores alrededor. Al menos ésta, después de siete años, me ha resultado muy bella. Por eso me entristece que mi jacaranda ya se esté quedando sin flores, después de casi dos meses de engalanarme la ventana y hacerme compañía y filtrar la luz dándole un color violeta. Hoy es de esos días en que ni mi cabeza ni mi cuerpo responden cuando quiero hacerles trabajar, es de esos días en los que estoy ida, con la mente en blanco y nada es lo suficientemente interesante para atraer mi atención. Tengo un día así cada mes, en promedio, aunque eventualmente me fuerzo a hacer algo de provecho. De pronto me pregunto si después de todos estos eventos que empiezan a presentarse, no me estaré inconscientemente boicoteando, convencida en el fondo de que no soy capaz de realizar todas estas cosas que parecen querer desarrollarse. Me gustaría ser como esos chicos que retozan sobre el pasto con su ser querido. Quisiera que nos encontráramos así como si nada, al azar, caminando entre el tianguis de libros, o que estuviésemos un poco más cerca para poder escaparnos por ese helado de chocolate del que tanto antojo tengo en este momento.
Pero bueno, después de estos cinco minutos, voy a aprovechar que el guitarrista de allá abajo sigue tocando popcito bastante agradable y voy a ponerme las pilas para empezar a limpiar esa base de datos por la que tanto lloriqueé por años y que por fin ya tengo. Decir que no tengo ganas de trabajar no es una razón aceptable para no aprovechar las oportunidades que se presentan.
En fin. Sean felices, tengan días buenos.

jueves, abril 10

viento

Esta mañana estaba nublado afuera y había poca gente en las calles, hasta encontré lugar sin problema en el autobús y el ambiente casi se sentía de domingo; de esos domingos cuando uno se levanta temprano y empieza a hacer cosas cuando casi todo mundo sigue dormido.
Horas después ha salido el sol y vuelvo a escuchar los  ruidos cotidianos de los partidos de fútbol, del trinar de los pájaros, de la gente que se reúne a platicar en el pasto de acá abajo.
Llevo más de una hora observando todo por la ventana, escuchando música viejita que me recuerda a mis padres, embelesada por el vaivén de las ramas de las jacarandas cargadas de flores, envuelta en una atmósfera cargada de nostalgia. Incapaz de concentrarme en este programa, con los ojos pesados por la falta de sueño, la sensación que me deja una charla a la distancia por el momento llena la necesidad que me dejan estas ganas de salir a caminar en este día soleado y fresco de primavera y sentarnos bajo la jacaranda a tomar el té.

lunes, abril 7

roto corazón

Los domingos generalmente son los días en los que trato de ponerme al corriente con la semana que termina en preparación para la entrantes. Costumbre desde niña, de así de preparar el uniforme para el día siguiente, la mochila y todo eso. Aunque mis fines de semana son bastante menos estructurados que el resto de los días, trato de organizarlos lo más posible. Sin embargo, en la vida real, como dicen, life happens, y a las dos horas todos los planes cambian y acabo desvelándome los domingos tratando de corretear y sacar por lo menos una quinta parte de todo lo que quería hacer.
En el último mes, al menos, los domingos son los días que se han vuelto de reencuentros. Quizá lo mejor de regresar al terruño adoptivo es poder ver de nuevo a viejos amigos que no veía en 5, 6, 7 años o hasta más. Lo mejor, mejor de todo es cuando la distancia y el tiempo parecen haber sido incapaces de alterar estas relaciones a pesar de tantos años. Es maravilloso ser testigos de estos cambios, atestiguar el crecimiento de nuestros amigos, y aún así ser capaces de volver a ese lugar en donde nos quedamos, revivir memorias, compartir risas y sentir como que uno vuelve a jalar ese hilito de plata que nos une y estamos de nuevo cerca, no sólo física sino esencial/espiritualmente. Empiezo a apechugar, sin embargo, y a empezar a aceptar que esto no va a ocurrir siempre, y que quizá hay tiempos que en el pasado fueron mejores y ahí se van a quedar. Llevo días tratando de entenderlo, a pesar de que mi necedad no me dejaba. Pero es parte del camino que nos tocó vivir, supongo. Pienso, de pronto, en ese cuento de Italo Calvino, La forma del espacio, pero no me quiero poner dramática. Sólo sé que el silencio siempre dice más que mil palabras.
Pensaba en esas cosas y me negaba a que me apucharraran el corazón. Y entonces las noticias llegan y es el terruño de nacimiento lo que empieza a calar en el alma. Y tres horas después, por fin me puedo sentar, sintiéndome casi en estado de shock y queriendo ignorar la información disponible. No es sólo que mi familia esté ahí; a pesar de todo, de las distancias y de todo lo demás, Tampico me duele de verdad esta noche. Me rompe el corazón saber que su gente no puede vivir en paz.

viernes, abril 4

just because I can

 A principios de este año abrí un nuevo blog que esperaba fuese un desahogario un poco más constructivo que éste que tengo aquí, que habla (aunque cada vez con menos frecuencia) de cualquier cosa que me venga a la cabeza o al corazón si me da tiempo y un mínimo de elocuencia para compartir. En todos estos años he tenido esta intención de abrir ya tres blogs alternos que nomás no sobreviven, así que supongo que esto quiere decir que lo único que me permanece siempre es un lugar donde queda una miscelánea de ideas, como éste. En fin, lo que quiero decir con todo esto es que en ese blog la idea era escribir para ayudarme a mantener el ánimo positivo en esos días oscuros cuando parecía que no pasaba nada bueno en mi vida. "Una bendición al día" era el título, donde escribiera por lo menos una cosa por la que estaba agradecida a pesar de mis circunstancias. Muchos estudios confirman que las personas agradecidas son más felices. Yo sólo sé que cuando hago una pausa para valorar todas las cosas buenas en mi vida acabo más agradecida y aliviada que cuando me concentro en todo lo malo que a veces las circunstancias temporales traen. En fin. Como dije, ese blog nunca cuajó, en parte porque no sé muy bien porqué pero en todo lo que va del año no he podido ni terminar de leer un libro ni de escribir una serie de ideas concretas (o de escribir un email largo de esos que escribía antes), y mis ideas se quedan ahí en mi cabecita, o en una de esas conversaciones largas que de pronto tengo. Lo que sí es que hay tres cosas por las que siempre siempre siempre estuve agradecida y que me mantuvieron con cordura en los últimos seis meses de mi vida, y de lo que podría hablar y escribir por horas: el apoyo de mi familia, mi matrimonio con Will, y correr. Correr es quizá lo menos personal de esta lista. Quizá no. Pero mi entusiasmo de anoche me lleva a escribir de eso hoy.
Anoche decidí salirme temprano del trabajo a pesar de haber llegado tarde nuevamente, pero decidí que ya era tiempo para volver a correr. En febrero me lastimé la rodilla izquierda y por una alta dosis de ignorancia y desidia seguí corriendo por días hasta que la rodilla estaba evidentemente inflamada y mi doctora de cabecera me dijo que si quería seguir corriendo tenía que dejar de correr por seis semanas hasta que se recuperara esa rodilla. Seis semanas después, aquí estoy.
Creo que por aquí ya había dicho que decidí darle una oportunidad a correr cuando en enero de 2012 mi sobrepeso estaba en el límite de calificar como obesidad, de acuerdo a mi IMC. Después de perder un par de kilos y haber tenido cierta rutina yendo al gimnasio a darle a la elípitica, recordé a todos mis amigos que estaban corriendo y que se mantenían en excelente forma gracias a correr. Por esas fechas leí "What I talk about when I talk about running", de Haruki Murakami, más por los consejos que da sobre escribir que necesariamente sobre correr, y eso me convenció de intentarlo. La idea de poder hacer algo por mí misma, sin reglas y sin tener que necesariamente ir a algún lugar en especial o a cierta hora me convenció. Encontré un plan para empezar caminando e ir corriendo poco a poco y a principios de mayo de ese año lo empecé. Un mes después ya era capaz de correr por ocho minutos sin parar y entonces en una plática con mi amiga PV le confesé, como si fuese un secreto vergonzoso, que estaba intentando correr. En uno de esos muchos encuentros que suceden con una persona que poco a poco se va haciendo una gran amiga, PV me respondió, como en muchas otras ocasiones, "¡yo también!" y fue así que nos hicimos compañeras en esa aventura de tener treinta años, nunca haber practicado deporte o actividad física en la vida, y responder al llamado del cuerpo que te pide que lo muevas, que lo utilices. Porque justamente fue eso lo que me motivó a intentar hacer algo, más allá de las metas difusas de bajar de peso o perder talla, la necesidad de mi cuerpo de experimentar movimiento era un llamado que ya no podía acallar.
Correr en Tucson durante el verano implica tener que levantarse muy temprano para ganarle al sol, y para poder correr en el campus de la universidad sin tener que lidiar con las hordas de estudiantes que cruzan por todos lados para llegar a clases. PV y yo nos encontrábamos en la entrada de Park & University, caminábamos por 15 minutos, corríamos por 8-10 y caminábamos otros 10 minutos más. Ésa fue nuestra rutina por más de dos meses, hasta que tuve que mudarme a San Diego. Ahí tuve la fortuna de vivir cerca de Balboa Park, que fue la mayor fuente de inspiración para decidir seguir corriendo a pesar de no tener el apoyo y la compañía de PV. El parque está lleno de corredores, de todos niveles y de todas las formas. Fuera de sentirme intimidada por los atletas y los súper cuerpos, los veía como instructores, tratando de imitar su postura, su ritmo, su respiración, y como inspiración: "quizá algún día yo voy a poder correr así". Empecé caminando de la casa al parque, 15 minutos, y luego en el parque una mezcla de trote y caminata en el circuito de milla y media, más los 15 minutos caminando de regreso. Me gustaba llegar temprano de trabajar, como a las 5pm, para evitar el tráfico y encontrar luz de día para cambiarme, ir a correr, regresar a bañarme y cenar. Era la rutina perfecta. Pero después el horario cambió y estaba oscuro a las seis de la tarde, por lo que volví a correr en la mañana. Entre una serie de presentaciones y viajes entre febrero y abril de 2013, poco a poco dejé de correr, pero para entonces ya podía echarme el circuito de milla y media del parque en dos partes, y la mitad del camino de mi casa al parque.
Ese verano regresé a Tucson, pero en medio del final de la tesis, la defensa, las tres mudanzas que nos aventamos en cuatro meses, y todo lo demás, correr dejó de ser una prioridad. Sólo en tres ocasiones salimos a correr, y tuvimos que parar ante una temporada de monsones más larga y activa de lo esperado por vivir cerca de las montañas y a la presencia de linces en la zona en la que estuvimos viviendo esos días.
Volví a Tampico en septiembre, en medio de un montón de circunstancias que no necesariamente elegí, y con proyectos que no cuajaron al principio. Coincidió que mi padre estaba de vacaciones y que a pesar de que su vida sedentaria es imposición de su trabajo, él es una persona muy activa. Andrés me despertaba a las siete de la mañana y mientras él tomaba café yo me cambiaba. Esas dos semanas íbamos a caminar al campo de beisbol y poco a poco volví a sentir el gusanito por correr. Mi mamá toma una clase en la universidad por las mañanas y empecé a ir con ella para caminar/trotar en el campus. Así descubrí la pista de atletismo, en donde me curtí hasta poder correr dos kilómetros sin parar, luego tres, luego cuatro parando varias veces para tomar el aire. Y un día hice el circuito alrededor del campus: una vuelta completa son 2.5kms, pausa para respirar, y una vuelta más. El día que pude hacer el recorrido sin parar me apunté a mi primera carrera 5K. Tampico fue mi campo de entrenamiento. Corrí en la pista de la universidad y luego en el campus; corrí a lo largo de la zona militar, a pesar de que odio ver a las fuerzas armadas en todos lados, pero tenían una muy buena banqueta sin interrupciones, era bueno para entrenar subidas; y corrí en el campo de beisbol, un buen entrenamiento para trail running. Corrí con sol, viento (unos nortes riquísimos) y lluvia. Descubrí que el mejor clima para mí es cuando hay mal tiempo. Mi segunda y última carrera fue un evento nocturno en la playa. Y justo cuando me sentí en buena forma para ir por más, me lastimé. Pero de ahí también aprendí una buena lección, y me hizo darme cuenta de lo mucho que me gusta correr, a pesar de que no siempre sea algo fácil.
Nunca he corrido más de cuatro días a la semana y lo más que he corrido sin parar son seis kilómetros. Mi promedio semanal son 15K. Soy una corredora en ciernes, y así como me pasa en la academia con este horrible impostor syndrome, prefiero considerarme una persona que corre para mantenerse activa, antes de llamarme corredora. Tampoco quiero ser una de esas personas que una vez que empiezan a correr se agarran queriendo evangelizar a todo mundo con las bondades de correr y que se piensan mejores personas porque ellos sí se dan el tiempo para ejercitarse. Esa gente me cae mal, así como me cae mal la gente que sólo porque hacen algo piensan que todos los demás deben hacerlo. Sé que correr no es para todo el mundo, y a mí esto es lo que me funcionó.  Correr no me hace una mejor persona, pero me ayuda a formar una mejor versión de mí misma.
Correr me ayudó a tener un propósito cuando todo las metas que yo tenía en mi mente y en mi corazón no eran factibles en ese momento. Correr me dio la fortaleza para enfrentar las inseguridades de ver a todo mundo llevando la vida perfecta cuando la mía era una gran incógnita. Correr me dio la sensación de que al menos algo yo podía controlar cuando había muchísimas cosas totalmente fuera de mi control. Correr dejó exhausto mi cuerpo de una forma mucho más satisfactoria que la exhaustividad de todas mis frustraciones. Correr me mantiene en comunicación con el resto de mi cuerpo; cuando no lo hago, algo malo pasa. Correr me recuerda que siempre puedo hacer algo más, y que con perseverancia y paciencia puedo pasar mis límites. Suena bastante a cliché, ¿no? Pero es que así nos pasa a algunas personas. Yo no sé si un día vaya a poder correr un maratón, pero mi meta para este año (si todo sale bien y no tengo más lesiones) es poder correr 10 kilómetros al hilo, aún cuando aún no pueda competir.
Así que anoche llegué y sin titubear me cambié de inmediato. Ése es el primer paso, porque como dice Murakami, tengo más razones para no salir a correr que para hacerlo, así que me preparo para salir a correr sin pensarlo mucho y ya una vez vestida, ya llevo algo de ventaja. Era mi primera vez corriendo en la ciudad de México, así que Will me advirtió de tener cuidado de no exigirme mucho por ser la primera vez de correr en esta altitud. Hice mi calentamiento dinámico en casa. A mí me gusta correr con ropa de compresión porque es mucho más cómoda, pero eso no esconde ninguna imperfección y soy demasiado consciente de ello, por lo que prefiero que si voy vestida así en público sea estando en movimiento, así nadie te pone atención. Salí a correr por uno de los camellones menores pero estaba tan entusiasmada que corrí más rápido de lo que planeaba y a los siete minutos tuve que parar a tomar aire. De ahí me pasé al camellón de la avenida mayor, y cuál fue mi sorpresa al darme cuenta que no era un camino de arcilla sino de grava, y eso da una sensación casi como de correr sobre arena, lo que me hizo correr más despacio aún y me cansó más rápido. Al final, entre torear coches, esperar semáforos y tomar aire, acabé parándome como en seis ocasiones; eso me frustró un poco. Pero me sorprendió que logré terminar 4.5km en 30 mins y mantener mi ritmo anterior. Me falta trabajar mucho en mi respiración, pero es algo en lo que puedo concentrarme poco a poco.
En fin. Considero que poder correr para mí es un logro enorme y real, porque a diferencia de muchas otras cosas que hago o he hecho en mi vida, correr es algo que nunca pensé que haría ni que fuera para mí y que me pide mucha más perseverancia y disciplina que presentar en público o terminar mi tesis, cosas que de una forma u otra estoy obligada o preparada mentalmente a hacer, no importa cuánto pueda detestarlo. Correr es algo que nadie me obliga a hacer, pero que me siento llamada a hacer y que pide de casi todas mis capacidades y eso me hace sentirme muy viva. Y al final de cuentas, por eso lo sigo haciendo. Nada más porque sí. Porque sé que puedo. Así que ¿por qué no?



martes, abril 1

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Uno de los mayores placeres y honores de esta vida es poder ser testigo de la vida de la gente a la que quiero. Así, aunque pase el tiempo, aunque se vayan, aunque ya no estemos juntos, aunque ya nunca nos volvamos a ver, siempre habrá ese pedacito de vida que compartimos. Así, la añoranza, aunque cale, duele un poquito menos.
Sí, es una de esas noches en las que me asaltan el montón de memorias...

jueves, marzo 6

comienzos

Este blog ha sido testigo de bastantes mudanzas en los últimos siete años, así que aquí le agregamos una más, para completar el círculo, aunque ya rompimos con el aparente patrón de ir de un lugar a otro en múltiplos de cinco años, pero qué se le va a hacer cuando la vida se atraviesa.
Después de meses de incertidumbre, las puertas se empezaron a abrir y hoy estamos de vuelta en la Gran Ciudad, después de casi siete años y en una nueva ubicación. Después de debatirme entre regresar a alguno de los dos lugares de donde guardo grandes memorias y que considero muy lindos para vivir, finalmente el destino me llevó a una zona que siempre me ha gustado pero en la que no había vivido antes para poder empezar a escribir una nueva  historia y crear nuevas memorias. Sí, así de llenos de cursiladas son mis razonamientos cuando tomo decisiones importantes.
Y como siempre, nomás llegar a esta ciudad y empiezan las coincidencias. Reencontrarme con uno de mis mejores amigos después de nueve años de no vernos en persona, conocer a su familia y poder platicar como lo hemos hecho durante tantísimo tiempo a pesar de la distancia pero por fin frente a frente, fue maravilloso, me puso feliz y me llenó de energía. Tener a mi madre acompañándome en esta mudanza por primera vez ha sido una buena experiencia a pesar de todas las oportunidades que tenemos para chocar debido a nuestros temperamentos. Poco a poco me voy sintiendo de nuevo como en casa y todo lo bueno que me encuentro me hace anhelar cada vez más el momento de que mi corazón esté completo y Will y yo estemos de nuevo juntos.
Trabajar en este lugar lleno de historia y memorias me revitaliza. Se siente raro tener un horario de trabajo pero creo que me ayuda a estar organizada y ser más eficiente con mi tiempo y me siento llena de ideas por desarrollar. Mi ventana tiene una vista linda, con una enorme jacaranda en flor. Por las mañanas veo a los estudiantes tomar una siesta mañanera entre clases y por las tardes esa manchita de pasto se llena de parejitas metiéndose mano por debajo de chamarras y batas de laboratorio. Parte de mi ruido blanco viene de los ocasionales partidos de futbol en la cancha de enfrente, que no es tan alto como para acallar el trino de los pájaros. Ayer descubrí que hay gorriones y cardenales (¿son cardenales si también tienen el pecho rojo?).
A pesar de que no todas mis circunstancias son ideales, creo que soy feliz y veo la vida con optimismo, al menos por hoy. No sé cuánto me dure este encanto, pero por lo pronto sólo me queda disfrutarlo y aprovecharlo para sacar todo el trabajo que sea posible por ahora.
Sean felices. Tengan días buenos.

jueves, febrero 6

Throwback Thursday

Aparentemente existe esa costumbre en twitter o instagram de postear fotos viejas de uno los jueves. No es algo que yo haga, pero sin querer coincide en que hoy visto dos piezas ya bastante viejas que hace muchos años no usaba y que se han vuelto parte de mi rotación en el clóset. 
Una es mi suéter rojo quemado, mezcla de acrílico súper calientito y un poco de spándex, que me gusta tanto porque es el único que tiene ese cuello de ojal que me encanta en camisetas y vestidos y que no es tan fácil de encontrar. Tiene muchísimos años que no lo usaba porque hace mucho creía que un poco de pancita me hacía ver súper gorda y por vanidad no quería que ese poquito de spándex me hiciera ver mal. También lo asociaba con la última vez que vi a RB poco antes de mi cumpleaños por allá del año 2001 y lo molesta que me sentía de darme cuenta que había estado saliendo con un pusilánime, que también fue la vez que un extraño me paró en la calle para decirme, entre otras cosas, que no debía caminar jorobada y que tenía una sonrisa muy linda (un cumplido que aprecio mucho sobre todo considerando que tengo los dientes bien chuecos). En fin. El suéter lo guardé con la esperanza de usarlo de nuevo cuando fuese delgada, y hace poco haciendo una depuración más de clósets y libreros lo encontré. Lo lavé y me di cuenta que a pesar de mi panza no se ve mal, y es súper calientito. Me sigue gustando mucho, a pesar de no haberlo usado en por lo menos diez años.
Mi otra pieza de nostalgia es mi par de botas mineras color café, que han sobrevivido cuatro mudanzas desde que los usé por última vez cuando tenía 19 años. Después de lavarlas, cambiarles las plantillas y llevarlas al zapatero para una limpieza más profunda y algo así como una reparación, hoy las uso de nuevo. Mi idea era reciclarlas para no tener que comprar uno de esos pares de botines de agujeta que han vuelto de la moda grunge de principios de los noventa, pero ahora me doy cuenta que no son tan parecidas en estilo. Aún así me gustan, aunque son casi tan incómodas como las recuerdo de hace tantos años, pero después de unas horas y de cambiarme los calcetines ya las he vuelto a amoldar y se sienten bien. Algo hay en ciertos zapatos que te ayudan a conectarte con la actitud adecuada para ciertas ocasiones. Es el caso de mis flats rojos puntiagudos que me gusta usar en algunas presentaciones importantes, mis converse color marrón o mis flats dorados de punta redonda. Es el caso de estas botas que me ayudan a sentir que vivo mi vida en mis propios términos, lo que sea que eso signifique, aún cuando esa sensación sea artificial y temporal, aún cuando sea producto de mi necesidad de sentir que tengo algo de control en medio de lo que será mi mudanza número 18 en 32 años de vida, y del montón de papeleos, burocracias y trabajos pendientes que parece que nunca van a terminar, trajeteos propias de la vida y las decisiones que decido tomar. O algo así.
Quizá sólo es que me emociona el que, a pesar de que vivimos en unos tiempos en los que ya casi nada es duradero, mi suéter de acrílico aún se ve y se siente bien, y mis botas de piel barata y casquillos pesados han sobrevivido por más de diez años. Quizá se siente bien saber que a pesar de que hay muchas cosas que han cambiado, de mí, a mi alrededor, hay ciertas cosas que sobreviven y permanecen, aunque sean recicladas. Quizá a veces sólo sea cuestión de convertir cosas tan simples como un suéter o unos zapatos en símbolos que representan lo que queramos.


jueves, enero 23

Una de cal

Hace poco más de un mes, mi paz y la de mi familia fue amenazada de forma tal que la semilla del resentimiento (contra mi país y las condiciones en las que se encuentra) quería asentarse en mí. No la dejé germinar, pero ese sentir de vez en cuando me llega e insiste en hacerse presente.
Últimamente todos mis días se convierten en una serie de decisiones sobre cómo quiero sobrellevar mis circunstancias, así que por cada pensamiento o sentimiento negativo que me agobia, trato de contrastarlo con una de las muchas cosas y personas buenas que hay a mi alrededor.
Hoy, después de una semana de clima templado de día y noches agradables, feliz de ver nuevamente a mi hermano y mirar a través de su ventana me topé con una de mis vistas favoritas de este puerto tropical. Éstas son dos de las cosas que más me gustan de estar aquí:
1. Ser testigo del momento exacto en el que "entra un norte", cuando de una impresionante calma chicha pasamos paulatinamente a experimentar vientos cada vez más fríos y más rápidos, obviamente provinientes del norte. La piel de pronto se reseca un poco, los pies sudan, en las banquetas se empiezan a formar montoncitos de arena que el aire arrastra mientras también despeina los cabellos. Y por unas horas o unos cuantos días nos olvidamos que las más de las veces tenemos temperaturas arriba de los treinta grados centígrados.
2. Algunos despistados comienzan a hacerlo en pleno diciembre, pero la mayoría ya está lleno para mediados de enero. En el ínter, la vista desde cualquier azotea está plagada de muchísimos árboles de mango tapizados con florecitas que en unos meses más serán jugosa fruta. Febrero y marzo son la prueba a vencer: tradicionalmente meses de constantes "nortes" que se llevan no sólo las flores, sino también ya los manguitos de aquellos que florearon con anticipación. La promesa de ricos mangos en todos lados entre mayo y junio hacen de este paisaje algo aún más alentador.
En fin.
Sean felices. Tengan días buenos.

jueves, enero 16

Mirror, mirror

Ron: [on Justin] He's a tourist. He vacations in peoples' lives, takes pictures, puts them in a scrapbook, and moves on. All he's interested in are stories.
Leslie: Uh...
Ron: Basically, Leslie, he is selfish.

Parks and Recreation, Season 2, Episode 16, "Galentine's Day"