viernes, marzo 6

revoluciones

Hace año y medio mi mejor amiga nos envió un mensaje y antes de siquiera leerlo ya sabía lo que nos iba a decir. Era un domingo por la noche y eran esos días en los que apenas empezábamos a mensajearnos con regularidad después de mi regreso a México y de que mi hermano se hartara de mí y me regalara su viejo iphone para que empezara a usar whatsapp y me dejara de los mensajes de texto. Ya sabía que S nos iba a decir que estaba embarazada pues en nuestro último encuentro me había dicho que estaban intentándolo, pero igual me quedé helada aún sin haber leído siquiera su mensaje. Por cinco minutos me quedé ahí en la sala a oscuras dejando que mis pensamientos se precipitaran: de pronto parecía que ella tenía la vida perfecta (casa, trabajo, marido, y ahora un bebé), cuando yo estaba sin casa, desempleada sin prospectos de trabajo, lejos de mi esposo y por tanto sin posibilidades de tener un bebé. A poco más de dos años de matrimonio, Will y yo sólo habíamos pasado un año juntos antes de tener que mudarme a otro estado y luego regresar a México. Pero fue un pensamiento al final el más aterrador: todas las mujeres a mi alrededor podrían embarazarse y parir hasta llenar el mundo, pero el que mi mejor amiga estuviese a meses de tener una bebé significaba para mí el fin definitivo de una era, una era en la que nosotras ya no seríamos las protagonistas, en la que nuestras tonterías y problemas no serían las prioridades, en donde yo ya no sería "la peque" del grupo. Fueron tres minutos de total egoísmo, y de inmediato siguieron dos minutos en donde me cayó el veinte de que esto no se trababa de mí. Eran pasadas las nueve de la noche así que para G en Europa las noticias le llegaron mientras dormía. Yo decidí marcarle a S en lugar de contestar por mensaje. Hablamos por teléfono por casi media hora y hablamos de todos los detalles de su embarazo y su bebé. Hablamos de ella y de su familia y de su emoción. Meses después su hija nació la noche en que yo regresaba de un viaje de trabajo que pude hacer con Will para vernos después de ocho meses de vivir lejos. Fui a visitarla al hospital al día siguiente y supe que tenía razón en el sentido de que las prioridades habían cambiado. Pero también entendí que estos cambios entran a nuestras vidas de forma repentina pero también natural. Nuestras conversaciones han cambiado pero como siempre nuestra esencia permanece.
Ahora que yo espero a mi bebé (porque las cosas pasan cuando tienen que pasar, porque Dios nos da lo que necesitamos cuando lo necesitamos , no lo que queremos cuando lo queremos), un pensamiento constante es el cómo todo esto está cambiando mi vida y me está llevando a tantísimos reajustes. Pero no en el sentido lleno de clichés que todos las madres y padres repiten constantemente. Soy cursi pero no tanto. Esta etapa de preparación me recuerda tanto a mi matrimonio con Will: una aventura llena de aterradores cambios y nuevos retos que complican más la vida, pero a la vez la hacen más interesante. Así que ahí vamos.