Quizá la mejor época del año aquí en el DF sea la primavera: muy verde, ni muy calurosa pero no fría y sin tanta lluvia y con muchas flores alrededor. Al menos ésta, después de siete años, me ha resultado muy bella. Por eso me entristece que mi jacaranda ya se esté quedando sin flores, después de casi dos meses de engalanarme la ventana y hacerme compañía y filtrar la luz dándole un color violeta. Hoy es de esos días en que ni mi cabeza ni mi cuerpo responden cuando quiero hacerles trabajar, es de esos días en los que estoy ida, con la mente en blanco y nada es lo suficientemente interesante para atraer mi atención. Tengo un día así cada mes, en promedio, aunque eventualmente me fuerzo a hacer algo de provecho. De pronto me pregunto si después de todos estos eventos que empiezan a presentarse, no me estaré inconscientemente boicoteando, convencida en el fondo de que no soy capaz de realizar todas estas cosas que parecen querer desarrollarse. Me gustaría ser como esos chicos que retozan sobre el pasto con su ser querido. Quisiera que nos encontráramos así como si nada, al azar, caminando entre el tianguis de libros, o que estuviésemos un poco más cerca para poder escaparnos por ese helado de chocolate del que tanto antojo tengo en este momento.
Pero bueno, después de estos cinco minutos, voy a aprovechar que el guitarrista de allá abajo sigue tocando popcito bastante agradable y voy a ponerme las pilas para empezar a limpiar esa base de datos por la que tanto lloriqueé por años y que por fin ya tengo. Decir que no tengo ganas de trabajar no es una razón aceptable para no aprovechar las oportunidades que se presentan.
En fin. Sean felices, tengan días buenos.
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