jueves, mayo 29

eternal sunshine of the spotless mind

La última vez que vi a mi abuelita Julia fue hace dos semanas. No pude platicar mucho con ella porque fue la celebración del cumpleaños de mi mamá, en el cual no había podido estar presente en más de siete años, así que estuve a cargo de la organización y el servicio, y cuando por fin me pude sentar, ella ya se quería ir. Ojalá hubiese sabido que ésa sería la última vez que la vería entera. Esta semana las cosas se complicaron demasiado rápido y ella presenta ya señales cada vez más fuertes de demencia senil. Hace dos noches mientras mi hermano me contaba los pormenores, yo escuchaba a la distancia, interactuando con una frialdad, dando datos y hechos, como si no se tratara de mi abuela, como si fuese algo que inevitablemente pasa en esta vida y que sólo queda apechugar y ajustarnos y seguir (lo cual sigo pensando), pero totalmente desconectada, como si no fuese algo personal. Dos horas después hablé con Will y fue ahí donde me rompí. No pude decir más de dos oraciones sin parar de llorar.
Estoy harta de enfermedades crónico-degenerativas que no tienen cura. Uno no sabe ni el día ni la hora en que nos toca irnos, pero cuando tienes algo así por lo menos te vas dando una idea de lo que te espera hacia el final de tus días. Es como saberlo más cerca.
Me duele por todos nosotros, que veremos a nuestra madre y abuela dejarnos poco a poco, quizá poco a poco olvidando quienes somos. Me duele por quienes planearán su vida en función de los cuidados que ahora ella necesita. Me duele porque ahora entiendo a mi papá cuando dice que es mejor morir joven y entero. Me duele porque mis hijos no podrán conocer a su bisabuela de la forma en la que yo la conocí, o no podrán interactuar con ella de la forma en la que yo fui bendecida con mis bisabuelos. Y me duele aún más porque hace un mes y medio justamente fue cuando me dijo que uno de sus regalos de cumpleaños es que pueda conocer a mis hijos. Bien, como si no necesitara más motivos para alimentar mis ansiedades respecto a esta maternidad que no sé si va a llegar.
Quizá la única cosa buena hasta ahora es la llamada de mi madre anoche, contándome, entre otras cosas, que mi abuela la despertó en la noche para decirle: "qué lindo está el hijo de Karina y Will, qué lindo, pero el que viene lo estará aún más".  Y mi querido Will, que se vuelve optimista para darme ánimos, me dice que lo vea como un presagio, y si no al menos, en su mente, mi abuela ya ha conocido a sus bisnietos que tanto anhelo tenía por conocer.
Pero yo no sé. Yo sigo con el miedo de perderla poco a poco. A veces eso parece lo peor. Y por mientras, entre tantas cosas, la vida sigue.

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