Por fin un sábado en casa sin compromisos. El edificio está en silencio, quizá todo mundo salió a festejar a sus mamás. Llueve un poco, así que puedo tener la persiana que da al jardín abierta, sin tener que preocuparme por todos aquellos que traen a sus perros a hacer sus necesidades y que sinquererqueriendo siempre echan un ojo al interior de esta casa. Está nublado así que la sala está casi a oscuras, pero me gusta. Tengo el tazón con fideos calientes y una salsa de tomate con atún, simplezas culinarias que salen en un ratito con lo que sea que hay en la despensa y en el refri. Con este ir y venir sólo compro lo necesario para no dejar nada que se eche a perder. Me siento orgullosa de mí misma cuando resisto la tentación de salir a comprar algo o de traerme algo congelado/empaquetado/prehecho por flojera.
Muchas veces los sábados así solita me apachurran un poco, pero hoy no es así. Después de un viaje muy demandante pero también muy reparador, aprecio el silencio y así disfruto más la esperanza de que esta espera quizá ya no dure más. Quizá, por fin, el día que tanto hemos ansiado habrá de llegar pronto.Y así, después de meses de espera e incertidumbre, volveré de nuevo a mi hogar.
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