Después de tener casa llena por casi diez días se siente bien volver a la rutina, ser sólo dos, vivir en medio de nuestro pequeño y ordenado caos. Nos tardamos cuatro horas de volver del aeropuerto, con la tranquilidad de que no hay que cuidar de nadie más, explicar algo, servir de guía, planear el siguiente recorrido. Paramos en lugares al azar, caminamos a paso lento, con destino final pero sin rumbo definido. Regresamos a casa con actitud permisiva y medianamente indiferente al desorden, aunque hicimos de la lavandería una forzada prioridad, pues mañana hay que regresar a trabajar. La vida sigue en medio de pausas e interrupciones. Es tiempo de nuevas incertidumbres y comienza de nuevo el proceso de decidir en dónde estaremos el próximo año, y mientras, en el ínter, seguir.
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