Los domingos generalmente son los días en los que trato de ponerme al corriente con la semana que termina en preparación para la entrantes. Costumbre desde niña, de así de preparar el uniforme para el día siguiente, la mochila y todo eso. Aunque mis fines de semana son bastante menos estructurados que el resto de los días, trato de organizarlos lo más posible. Sin embargo, en la vida real, como dicen, life happens, y a las dos horas todos los planes cambian y acabo desvelándome los domingos tratando de corretear y sacar por lo menos una quinta parte de todo lo que quería hacer.
En el último mes, al menos, los domingos son los días que se han vuelto de reencuentros. Quizá lo mejor de regresar al terruño adoptivo es poder ver de nuevo a viejos amigos que no veía en 5, 6, 7 años o hasta más. Lo mejor, mejor de todo es cuando la distancia y el tiempo parecen haber sido incapaces de alterar estas relaciones a pesar de tantos años. Es maravilloso ser testigos de estos cambios, atestiguar el crecimiento de nuestros amigos, y aún así ser capaces de volver a ese lugar en donde nos quedamos, revivir memorias, compartir risas y sentir como que uno vuelve a jalar ese hilito de plata que nos une y estamos de nuevo cerca, no sólo física sino esencial/espiritualmente. Empiezo a apechugar, sin embargo, y a empezar a aceptar que esto no va a ocurrir siempre, y que quizá hay tiempos que en el pasado fueron mejores y ahí se van a quedar. Llevo días tratando de entenderlo, a pesar de que mi necedad no me dejaba. Pero es parte del camino que nos tocó vivir, supongo. Pienso, de pronto, en ese cuento de Italo Calvino, La forma del espacio, pero no me quiero poner dramática. Sólo sé que el silencio siempre dice más que mil palabras.
Pensaba en esas cosas y me negaba a que me apucharraran el corazón. Y entonces las noticias llegan y es el terruño de nacimiento lo que empieza a calar en el alma. Y tres horas después, por fin me puedo sentar, sintiéndome casi en estado de shock y queriendo ignorar la información disponible. No es sólo que mi familia esté ahí; a pesar de todo, de las distancias y de todo lo demás, Tampico me duele de verdad esta noche. Me rompe el corazón saber que su gente no puede vivir en paz.
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