martes, agosto 21

a propósito de Dean, Gilberto


Faltaba poco más de un mes para que cumpliera 7 años. Era septiembre de 1988. No recuerdo si antes ya había escuchado de ciclones, pero si así fue, no lo había internalizado hasta esa ocasión. Mis recuerdos están un poco desordenados, pero es que también fueron unos días de caos total. Mis papás se turnaban para hacer las compras porque no nos llevaban con ellos, decían que era peligroso. Tardaban horas y una vez mi mamá llegó alterada, asustada, la gente se arrebataba las cosas ante la escasez; estaban ya vacías las tiendas de consumo (esas tiendas de raya del sindicato petrolero cuando la Quina aún estaba en el poder -cuestión de meses antes de que llegara a gobernar Salinas-).
Mi hermano y yo pululabamos por la casa viendo el trajín de todo mundo. Recuerdo cuando mi papá y uno de mis tíos pusieron tablas a todas las ventanas de la casa, creo que ahí fue cuando me asusté porque por dentro estaba todo oscuro y pese al viento y la lluvia hacía calor. También recuerdo cuando nos dijeron que iban a cortar la luz y que por eso habían comprado tantas baterías, mientras Andrés le ponía las pilas a nuestro radio y dejaba sintonizada permanentemente la XETU. El Sol de Tampico publicó mapas del Golfo de México con cuadrículas para marcar la latitud y longitud de las coordenadas que cada tanto anunciaban en el radio para seguir la trayectoria del Ciclón Gilberto; en casa pegaron el mapita en la puerta de la recámara de mis papás y Andrés le explicaba a mi hermano de 4 años cómo se iba moviendo el huracán.
Ahora recuerdo que entonces yo ya sabía del Hilda, que pegó en 1955 inundando todo el centro de la ciudad, eso me lo había contado mi abuelita, y por ello solita me tranquilizaba pensando que estábamos muy lejos del centro, del muelle y de la playa (había omitido que atracito de la casa está la Laguna del Champayán). Creo que en la memoria de los tampiqueños estaba el antecedente del Hilda, bueno, eso y saber que había tomado fuerza y que amenazaba con entrar siendo huracán categoría 5, tenía a toda la región con el Jesús en la boca.
¿Qué más recuerdo? Ya muy poco, que estuvimos encerrados en casa, que mis padres estaban preocupados: acababan de comprar esa casa y teníamos un Renault rojo usado, todo su patrimonio. Seis meses antes nos mudamos ahí, un lugar con un patio enorme y dos árboles de mango, uno de ellos tan grande que cubre una tercera parte del terreno y prácticamente todo el techo de la casa. Había también árboles de aguacate, un limonero, un árbol de naranja, dos de guayabas, varios nopales y sobre el muro poniente había varias plantas de papaya. Ése es mi último gran recuerdo de este evento; una de las ventanas tenía un espacio entre las tablas desde donde mi hermano y yo veíamos hacia afuera. Víktor y yo vimos cómo la fuerza del ciclón arrancó de raíz las plantas de papaya y se llevó una de guayaba, mientras sentíamos cómo el mango se movía azotado por el viento. Gilberto no tocó tierra en Tampico, sólo pasó "la colita", pero barrió con muchas cosas e hizo daño.
Lo peor en realidad fue en Monterrey ¡habrase visto! Hay una foto que vi hace tiempo de un carrusel arrastrado por la corriente en una de las avenitas de la ciudad, surreal surreal. Años después conocí a O, cuya casa en Puerto Juárez (Q. Roo) fue destruida por ese huracán y me contó un poco lo que implica ser un damnificado (y no nada más ver cómo se van las plantas de papaya).
Pienso todo esto porque respiro de alivio hoy que veo en las noticias que Dean disminuyó a categoría 1. Sé que hay daños, pero a veces de los males, el menor; no quiero imaginar qué hubiese pasado de continuar con la trayectoria y la velocidad que traía.

(wikipedia tiene una entrada sobre el Gilberto aquí)

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