jueves, febrero 28

Palabras

5 horas en la biblioteca. Puedo trabajar en casa, pero me distraigo más y avanzo más lento. Así que de vuelta al terruño: mi nuevo hábitat, la UMC Library. Pero aguanté una hora y ya estaba cansada y harta de un tipejo que estaba sentado por ahí come y come y hablando por teléfono. Entonces decidí irme y en la entrada me topé con Y. Me pidió que me quedara, que si nos hacíamos compañía aunque no estudiáramos juntas nos presionábamos para aguantar. Y pues sí, aguantamos 4 horas más trabajando y unos 40 minutos platicando después. Me vine porque ya no aguantaba la espalda de estar sentada, y eso que en la tarde había salido a caminar casi una hora para estirar las piernas. Pasé a despedirme de Y y aprovechamos para organizarnos para avanzar las tareas y estudiar juntas. Me voy a California en dos semanas y debo adelantar lo más que pueda de chamba. Luego empezamos a hablar porque hoy me asusté mucho por lo que viene, sobre todo cómo lidiar con el final del semestre y las preliminary examinations que siguen después. Y es que parece mucho tiempo de aquí a junio, pero son demasiadas cosas por hacer. Lo que siguió fue esa suerte de terapia de grupo en la que uno saca todos sus temores y pendientes y recibe por respuesta los temores y pendientes del otro y en lugar de sentir que uno carga el peso de los demás, pareciera que se hace una carga compartida que hace un poco más liviana la situación. Es compañerismo, amistad, vínculos que se generan por una situación común y un poquito de suerte para sentirse en sintonía con otra persona. Y es sobre todo eso, que Y es mi amiga y me pone contenta darme cuenta de eso, porque en estos meses ha sido muy difícil sentirme vinculada con las personas a mi alrededor. No me di cuenta hasta que ya venía caminando a casa, que estuvimos platicando animosamente y que mi inglés salía claro y fluido, sin problemas. Pienso que fue porque me sentí en confianza y porque estaba hablando sin poses, con el corazón. Es ese momento de bajar la guardia y decir, no jodas, cómo está costando esto, y a la vez darte fuerzas y darle fuerzas a alguien más y decir, va, sí, cuesta, pero tenemos que sacarlo. Ella me cuenta lo difícil que le resulta trabajar y lidiar con la culpa de no estar más tiempo con sus hijos. Yo no tengo esas responsabilidades todavía, pero a veces me siento mal de estar lejos y no hacerle compañía a mi madre o no estar para apoyar a mis amigos cuando se sienten mal o para ayudar a mi hermano cuando no lo está pasando bien, o que me desespera no poder hacer otras cosas, o a veces sólo admitir que es difícil enfrentar esto sola. Y no es martirizarse ni rasgarse las vestiduras, es simplemente reconocernos como humanos y saber que nuestras vidas se forman con eventos y personas también muy importantes, pero que en este momento sacrificamos por una causa que cuando nos abruma pensamos que no tiene sentido. Hablamos de todo esto, de nuestros planes para el verano después de los prelims. Hablar, hablar, hablar, escuchar atentamente, sentirse conectado con alguien. Qué poder tan grande y tan cálido tienen las palabras. Dicen que los ojos son el reflejo del alma, pero de pronto pienso que las palabras pueden abrazar, calmar, y frente a frente o a lo lejos (quizá, a veces, frente al monitor), una charla sincera puede hacernos sentir de nuevo en paz.

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