lunes, junio 18

Por fin entiendo a Sabines


No, no me refiero a TODA la obra de Jaime Sabines, sino a lo que muchos consideran su obra maestra, Los amorosos. Descubrí a Sabines en 1998 gracias a Gaby Castillo con quien intercambiaba libros de poesía. Sabines fue de lo mejorcito que leímos por esa época. Yo no supe qué tan importante era hasta que murió, un año después. Eso fue bueno porque lo descubrí inocentemente y mi interés y admiración por él nacieron de forma auténtica. Por eso nunca tuve empacho en admitir que no me gustaba el poema de Los amorosos e incluso reconocer que era porque no le encontraba sentido a muchas cosas. Y si no le encuentras sentido es porque no te llega, así que Los amorosos nunca me había llegado. Hasta hace poco lo entendí.

Ahora me gusta Los amorosos porque pienso que Sabines quiso decir los amantes. Y me gusta el sustantivo amantes como la forma de llamar a las personas que hacen el amor; esta expresión no me agrada del todo pero su significado me parece muy grande. Quizá no haya amor total de por medio, pero se manifiesta éste en el encuentro. Quizá no haya una respuesta inmediata a un te quiero, pero un abrazo, una caricia, una mirada lo dicen todo y el amante sabe entonces que es una entrega recíproca. Dejo mi amenazante cursilería amelcochada, que sale en los momentos más inoportunos, para darle paso a Jaime Sabines, que escribe mil veces mejor.

LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana
y su casa flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara
de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.

Jaime Sabines, 1950

(reflexiones en torno a un viernes de madrugada)
Junio 16, 2007
23:58

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