miércoles, junio 27

ESTUDIAR CIENCIAS SOCIALES A FINES DEL SIGLO XX EN MÉXICO
Por Mauricio Tenorio Trillo

Estimado amigo (a):
No son muchos los años que separan tu vida universitaria en México de la mía. Yo a principios de los ochenta, tú a mediados de los noventa. Sin embargo, yo todavía estudié en el siglo XX, bien cargado de siglo XIX, tú estudias “ciencias sociales” en un naciente e incierto siglo XXI que se aquerencia en el XX. El conocimiento, el país y el mundo han cambiado mucho en estos pocos años, y lo más seguro acerca del futuro, como decía un historiador inglés, es que nos sorprenderá. Para ti que hoy estudias alguna de las variantes de lo que el siglo XIX denominó “ciencias sociales”, quiero sugerirte algunas labores que ya veo que a mi generación y a la de mis maestros –que son también tuyos- nos ha faltado. Aunque mi generación aún está por dar sus verdaderos frutos, ya te puedo decir que traemos algunos pecados de “nacencia” que tú puedes ahora emprender con la seriedad, dedicación y, sobre todo, candidez que ya no podemos nosotros. Dos de estas labores son puramente intelectuales. La otra, ya verás de qué naturaleza es.

1.- Tú estás siendo educado en la numeralia loca de las ciencias sociales contemporáneas. Te propongo una cosa difícil: no te creas nada de los números y teorías que estás aprendiendo. Duda de todo eso, pero vuélvete un verdadero experto en esos temas. Sé, cínicamente, como los sacerdotes de la inquisición española, que sin pecar –or so they said- conocían todas las posibles variantes del pecado para poder legislarlo y penarlo. Pero a esta pericia y descrédito hay que añadir otra cosa: leer, leer y leer. Teorías van y vienen, y tu puerto más seguro cuando no hay paradigma fijo es el viejo anhelo de ser hombre o mujer culta. Ahí encontrarás un verdadero sentido en, y el goce de, tu trabajo especializado. A mi generación las universidades públicas la llenaron de lecturas dogmáticas, recién llegadas de Francia o Italia. Muchos de nosotros creímos que era suficiente leer lo último que había salido sobre Gramsci o Althuser. Tú no sólo leas los Journals que te piden y los últimos libros de moda. Lee todo, especialmente los clásicos, esos nombres citados por todas partes y nunca leídos. Si en lugar de haber leído tres veces a Althuser hubiéramos leído una sola vez a Tocqueville, o si en vez de recetarnos a Rolando Cordera nos hubieran dejado leer a Lucas Alamán o a Molina Enríquez, otro gallo nos cantaría. Perdimos mucho tiempo en rectificar la senda. Tú no cantes victoria: flaco favor te estás haciendo si crees que leer a North te va a salvar de leer a Marx. Sin embargo, tú aún puedes lograr ese híbrido que nosotros cada vez estamos más lejos de lograr: ser experto tecnócrata, descreído, cínico, honesto y erudito. Si lo logras, pase lo que pase estarás a la vanguardia del conocimiento.

2.- No quiero espantarte, pero la labor intelectual más urgente que tienes que emprender es mucho pero mucho trabajo. Yo sé que estás pensando en terminar tu licenciatura en economía o ciencias políticas, e irte a Harvard, Princeton, Chicago, Yale, Stanford o cualquier otra. Si aún no empiezas a trabajar en serio en moldearte un perfil intelectual sólido, más vale que empieces cuanto antes. Si ya empezaste, no te ilusiones: nunca acabará el trabajo. Piensa algo desde ahora: ¿qué quieres? Sigue tus lecciones de rational choice: a) grilla, b) academia, c) salir de casa, de México y pasarla bien, d) una u otra combinación de lo anterior. Cualquier cosa es válida. Pero decide ya lo que quieres hacer, y trabaja por ello. Si te decides por la ruta más académica, lee y estudia mucho porque tus ilusiones de irte no deben caer en los errores y vicios que nosotros cometimos hace muy pocos años. Nosotros nos fuimos a Estados Unidos, pero la mayoría entramos por la puerta de atrás, chiquitos, tercermundiando por los pasillos de Harvard o Stanford. Pero eso sí, regresamos a pavonearnos a un México lleno de Ph.D. en la política, y con una academia pequeña, por decir lo menos, que hacía de nuestros Ph.D. pasaportes diplomáticos. Aunque todavía está por verse qué haremos los de de mi generación, desde ahora tú tienes que proponerte, si te decides por el conocimiento, transformar la estructura académica de México, hacerte realmente internacional, ser bueno allá y aquí, combinar lo mejor del ambiente mexicano con lo mejor de lo que aprenderás fuera. Aunque nos separan pocos años, me temo que para ti te será más difícil que a nosotros vender el Ph.D., si no eres un verdadero scholar, como decía Emerson (y si no has leído en ensayo de Emerson, léelo antes de irte a Estados Unidos, “The American Scholar”).

3.- Lo más seguro es que hoy, a tus 19 o 22 años, estés abordado por cuatro polizontes: la impaciencia, el miedo, la curiosidad y la hormona. Te preocupa, estoy seguro, el país, pero te angustia mucho qué va a pasar con tus becas, cuándo vas a lograr terminar y hacer tus planes. Temes por tu futuro, crees que “todo tiempo pasado fue mejor” y no fue tuyo sino de otros, y que a ti, como dicen ahora “te pasaron a chingar”. De la hormona, para qué hablar, tú sabes bien cómo alborota. En tanto tú estás apabullado por estas cosas, quiero proponerte algo que parecerá estúpido porque es poco tangible, pero que te puede servir de guía. Haz de tu impaciencia trabajo, mucho trabajo, piensa que cada nuevo conocimiento, cada investigación, cada compromiso, es, como decía del amor un poeta brasileño, efímero porque es flama, “pero eterno en cuanto dure”. En fin, de tu impaciencia haz trabajo, y de tu miedo haz crítica honesta. Crítica académica e intelectual, pero también crítica y participación social en el ambiente que te toca vivir. Entérate, habla, trata de irte entrenando en los dilemas políticos y éticos. Ponte a prueba intelectual, social y éticamente. Y a partir de tu curiosidad vete construyendo un bagaje de conocimientos que te permitirá salvar mejor las tormentas en el futuro. Y, me dirás, ¿qué hay de la hormona? Pues no sé, sólo puedo repetirte que de la paciencia hagas trabajo; de la curiosidad, conocimiento; y del miedo, crítica... y que ojalá todo ello lo hagas con la dedicación y pasión que te exige la hormona.

Sin más, y deseándote lo mejor, quedo tuyo.
Mauricio Tenorio Trillo
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sé que pongo posts muy largos, pero no podía dejar de compartir esto. No sé cuándo fue escrito exactamente. Éste fue mi legado del final de mi curso de Microeconomía I. El primo de Mauricio fue mi profesor y nos dio una copia de su texto. Eso que escribió fue mi guía en algunos de los momentos más difíciles que pasé en la universidad. Ahora que lo releo me recuerda muchas cosas del sentido de mi futuro en el doctorado.
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Hace un par de días me reencontré con un viejo amor. Sí, pues, es platónico, pero amor al fin y al cabo. Me refiero a Mauricio Tenorio Trillo y su libro De cómo ignorar. Lo compré cuando recién salió, hace siete años. El tema me llamó mucho la atención, pero por X o por Y nunca lo leí, sólo lo hojeé y lo dejé aguardarme en el librero por mucho tiempo.
Mauricio es historiador y su forma de escribir me parece fascinante porque la encuentro a la vez culta, íntima y cercana. Algo que me encanta de él es la forma en que vincula el estudio de la historia con temas poco comunes, como analizar la conformación del nacionalismo mexicano a partir de la presencia de México en las Exposiciones Universales del siglo XIX; y en el ínter, logra traerte del pasado al presente como si cualquier cosa. He leído artículos suyos que lo mismo me hacen reír a carcajadas en un párrafo, que pasarme una hora dándole vueltas a una idea para asimilarla o para investigar más y entenderla. Otro punto a su favor: me encanta la historia de las ciudades, es decir, el relato de cómo el espacio urbano ha ido transformándose con el paso del tiempo y en función de los diferentes usos y necesidades que manifiesta la sociedad; y resulta que tiene un libro donde justo hace eso, desde La Piedad, Michoacán hasta Berlín y Barcelona.
¡yo lo adoro! No tengo actitud de grupie, pero por lo menos sí el fervor. Y admiro mucho a Mauricio. No tuve el gusto de tomar clases con él, pero me encantaría tener la oportunidad algún día. Por alguna extraña razón me da pavor acercarme a él, así que sólo lo veo de lejos cuando viene a México y se pasea por el CIDE o por las librerías del FCE, donde me lo he topado varias veces.
Ahora que no tengo tele y ya todos mis libros se encuentran empacados aquí o en Tampico, mi única distracción es leer De cómo ignorar. Estoy segura que los libros nos llaman y el domingo me entró una inquietud por leer éste en particular. Lo volví a comprar el lunes (mi ejemplar anterior hace poco lo regalé a un amigo muy querido) y no lo puedo dejar, estoy picadísima. En este libro me gusta la humildad con que escribe y la iniciativa para escribir sobre intereses generales al margen de la academia, sin perder el compromiso por dar algo de calidad a sus lectores.
Paco dice que uno de los grandes retos de un escritor hoy en día es escribir algo de calidad y de interés suficiente para poder atraer al auditorio que hoy está cautivo por los medios masivos de comunicación; es decir, su rival a vencer no es García Márquez (por poner un ejemplo), sino Matt Groening y los Simpsons. Yo ya estoy feliz de no tener tele y poder dedicarme a leer a Mauricio Tenorio Trillo.
(P.D. obviamente lo anterior no fue ni crítica objetiva, ni reseña, ni nada, sólo fervor por un escritor que me atrapa)

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