Un día, hace mucho tiempo, fuímos al súper nosotros cuatro. Ir al súper es una de nuestras actividades familiares, que hasta la fecha mantenemos cada vez que estamos juntos. Esa vez fue especial porque habíamos ido a la Comercial Mexicana de avenida Universidad, lo cual era casi un lujo; pero también lo fue el hecho de que entráramos a la Librería de Cristal que está en esa misma pseudo-plaza. Lo relevante del hecho es que ese día mi hermano se entusiasmó con un librito de una colección y se lo acabaron comprando. De niños no se compraban muchos libros en casa. Teníamos enciclopedias y estaban los libros que Andrés leía de joven, pero nada más. Comprábamos también religiosamente los cómics de Archie, eran parte de nuestra canasta básica, todavía me acuerdo del "precio pacto" justamente por eso, porque leíamos la revistita ésa de principio a fin, más de una vez, así que era fácil recordar tantos detalles. Pero comprar un libro así nomás porque sí, que no fuera de la escuela, pues no, no era común. Pero mi hermano es el chiquito de la casa y entonces tenía como 6 ó 7 años e insistió y se lo compraron. Quería la colección, pero sólo le compraron uno. Cada librito tenía por título una pregunta ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué? ¿Quién? Él escogió el de ¿Cuándo? Cada página tenía una pregunta que empezaba, obviamente con ¿Cuando no-se-qué? Algunas de las que recuerdo eran ¿cuándo saldrá el arcoiris? ¿cuándo será la primera nevada (que viviendo en Tampico sonaba a una broma cruel)? y cosas así, PERO también venía ¿cuándo será mi medio cumpleaños? Y venía la explicación de por qué cumplimos años y cómo se divide el tiempo en meses y días y años y todo eso y pues bueno... que desde entonces mi hermano y yo conmemoramos nuestro medio cumpleaños.
Hoy es el suyo, y hace rato luego de felicitarlo me contó que después de comer, de vuelta a su trabajo, se paró, como hace siempre, a mirujear las chunches usadas que vende el don que se pone en la esquina de Michoacán y Cuernavaca. Lo extraordinario de todo esto es que justamente hoy, se topó con que estaban vendiendo ahí la colección completa de esos libritos que de niño tanto le fascinaron. De ahí nos pusimos a recordar otros libros que leíamos de niños, los tomos de las enciclopedias que nos gustaban, y así, cosas bien bonitas que nomás nosotros entendemos.
No es la primera vez que nos pasa esto. El año pasado mientras los dos íbamos caminando sobre Cumbres de Maltrata, como dos cuadras antes de llegar a mi casa, reparé en un libro que tenían en una de las mesas de la calle de la librería de viejo que está en la esquina. Los libros de ahí eran tan malos que ya ni volteaba a verlos, pero esa vez sentí un repiqueteo que me hizo voltear y lo vi: un viejo recetario de repostería de La Lechera-Nestlé. Nos paramos y lo señalé, sin poder hablar, entonces mi hermano sacó su consabido ¡no mames! y ahí nos tienes hojeando detenidamente el libro. Foto tras foto traía cantidad de recuerdos que nos hicieron sentir niños otra vez: desde nuestro ranking de postres favoritos que-siempre-quisimos-pero-mamá-nunca-preparó, hasta el pay de limón de un cumpleaños, el pan de elote que detesto y el consabido volteado de piña que es como el pastel comodín de las tardes de café o de los cumpleaños cuando no hay dinero para festejar.
Es un sentimiento bien bonito, un cúmulo de flashbacks que por inesperado te pega más fuerte. Porque creo que no hubiese sido igual de haber encontrado el recetario o el librito del ¿Cuándo? buscándolo premeditadamente o encontrándolo nuevo en una librería. Creo que el hecho de topárselo de la nada, también viejo, usado, tiene una carga especial, de sentir que de alguna forma también ese libro ha significado algo para alguien más, que ese libro también tiene en sí mismo su propia historia de vida. Algo así.
Ah, y claro, una de las cosas que más me ha gustado de todo esto es el hecho de que ambos encuentros ocurrieron en una de las pinches ciudades más grandes del mundo. Éso sólo pasa en el DF, por eso quiero tanto ese lugar :)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario