domingo, julio 27

de la memoria sensorial culinaria -o algo así-

Llegó por fin el dichoso cheque ése perdido y ahora tengo que organizarme. La cabeza no me da para mucho ahorita, menos para pensar a futuro. Trato de acallar esa voz que dice que puede que no me lo merezco, pero después de ver la cuenta de banco casi en ceros, pienso que para el caso da lo mismo. No me salen los números y no me puedo concentrar, así que como de todos modos tengo que hacer la comida de la semana creo que puedo pensar mientras cocino. Pero no, no es posible. Por alguna extraña razón, con casi todo el resto de las cosas puedo ser multitask o puede ser facilísimo distraerme, pero en la cocina ocurre una desconexión total.
Cocinar ni siquiera es terapéutico para mí, lo hago por necesidad, pero es una necesidad bien agradable. No sólo todos mis sentidos están ahí metidos, las faenas de la cocina están íntimamente vinculadas con mis recuerdos. Claro que una actividad tan amena tiene sus bemoles: hoy en día hay que verse astuto para sustituir un ingrediente favorito por algo más barato, también es un lata que a veces salga un trastamental que lavar después, o cómo me pone de malas tener que cortar tomates cuando los cuchillos no tienen filo. Pero eso es marginal. El calor de la cocina es un calor rico pese a todo, y también implica armonía: es un trajín con mucho ritmo. Me fascina el mundo tan variado de colores y me dejo consentir con todo lo que huelo, jugar con todas las texturas de los alimentos, desde lo escurridizo de una masa hasta la tarea de desescamar un pescado y escuchar la música del chirrido del aceite o las burbujas de la sopa que hierve. Y luego desconectar mis pensamientos y quedarme en los recuerdos y añoranzas: esto que le gustaba a alguien, aquellas comilonas comunitarias, la vez que hicimos tal plato, el día que me cayeron de sorpresa, la cena por la que nos enojamos, la forma en la que mamá me enseñó a preparar esto, el corretear a papá ordenando su desorden. La cocina es como un álbum de familia, un mosaico de recuerdos, personas queridas, enseñanzas, manías, prácticas libres y fundamentalistas. Y lo mejor son las indulgencias de ser la cocinera: poder probar todo a la primera, eso, o el placer de comer directamente de la olla. No, miento, lo mejor es que alguien querido te ayude a poner la mesa y luego llamar a todos los demás a sentarse y compartir. Por eso antes sufría al cocinar sólo para mí, pero ahora es un ejercicio de recuerdos y reencuentros. Eso, y la experimentación son una gran compañía.

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Cocinar para alguien por primera vez puede llegar a ser tan determinante como la primera vez que pasan la noche juntos. Quieres quedar bien, quieres que le guste, quieres que se quede con ganas de más, quieres dejarle un buen sabor de boca. Y como es la primera vez, también tienes que enfrentar la ignorancia y el desconocimiento, porque lo que te gusta a ti no necesariamente le va a gustar a la otra persona, y porque aunque sea algo común, cada quien tiene su estilo y su sazón y mostrarlo y compartirlo es de alguna forma bajar la guardia y vulnerarnos, porque queremos gustar y queremos hacer al otro feliz.
Esta analogía puede verse limitada por el número de experiencias en cada caso, pues muy probablemente hemos cocinado por primera vez para más personas que con las que nos hemos acostado (al menos es lo que supongo, pero puede que para muchas personas sea lo contrario). De entrada porque puede que hayas cocinado para amigos de tu mismo sexo, pero nunca tenido una relación homosexual (o viceversa, en el caso contrario), por ejemplo; o puedes haber cocinado para grupos numerosos, pero nunca participado en una orgía. También muchas veces uno cocina por necesidad para alguien más, pero para decidir con quién sí ir a la cama se suele ser más selectivo (también supongo).
La cocina es un factor importante, así como el lugar donde decidimos entregarnos, pero es diferente. La mayoría de la gente se siente más cómoda y segura en su cocina o por lo menos en una cocina que sí conocen y en la que ubican todo bien; pero cuando te sientes en verdad a gusto y en confianza con alguien, da lo mismo si es en su casa, la tuya, la de alguien más, un refugio temporal, un lugar público, con luz, sin ella, limpio, sucio, lindo, sórdido… no importa. Al final de cuentas sólo necesitas de tu cuerpo y el suyo. Y ésa es otra, quizá el meollo del asunto, la sencillez y la simplicidad, donde radica lo más extraordinario de todo eso: dicen que la mejor cocinera es aquella que se las ingenia y hace algo rico con lo poco que tenga a la mano; así que creo que para lo otro también se aplica la misma lógica. Ni lencería, ni juguetes, ni disfraces, ni música, ni sábanas de satín, fresas, ostras o vino: el mejor afrodisiaco es la química que emana de los cuerpos que nos llena de estas ansias que sólo pueden calmarse cuando se están juntos formando uno; y para eso no se necesitan ni ambientes ni aderezos.

2 comentarios:

P.Azah dijo...

Me gusta cocinar ... cada vez le agarro más gusto... y tengo ganas de cocinarle a alguien muy especial ;)

Un abrazo Karina... un abrazote enormeee... estás en mi pensamiento :)

Anónimo dijo...

:)
un abrazo igual Patty!