Querida Karina:
Regresar a casa nunca es una experiencia anodina. Para empezar, se exhaltan
los primeros sentidos: los que fueron educados alrededor de las mecedoras de
metal que nuestra gente pone enfrente de las casas para festejar la entrada
del crepúsculo. Esas mecedoras que parece que siempre anteceden a la jarra
de agua fría y al cándido parloteo de nuestros viejos. Luego viene el ajuste
de cuentas con los demás: ¿por qué todos que crecieron igual que nosotros
siguen tan igual, como si no sospecharan que el mundo afuera es una
carnicería? ¿Por qué se dan el lujo de creer que la vida se puede entender
con unos cuantos años de mala escuela y las manos llenas de rosarios? ¿Por
qué son tan poco héroes los héroes que nos inflaron el pecho arable de la
niñez? Y esa barda ¿siempre fue así de pequeña? Finalmente nos toca
enfrentarnos a nosotros: ¿Cuánto de mi se ha perdido en el jaloneo de la
nueva vida que me he inventado ahora? ¿Por qué no siento la misma entrega
por mis primeros amores, por las creencias de mis mayores? Por eso es que,
querida Karina, volver a casa, a respirar los primeros olores, a paladear
los primeros sabores o, simplemente, ver las criaturas que la vida nos puso
como escenario de nuestra infancia, no es sólo una visita más: es entender
que somos una constelación de vidas encarnadas por muchas personas distintas
que tienen el mismo nombre.
JC
julio2002
Pero eso fue hace mucho tiempo, y ya lo había dicho, las perspectivas con el tiempo cambian (y aún así, sigue habiendo tanto de cierto)
Update de las 23:40 habiéndose reacomodado un poco todo alrededor (o habiendo uno mismo reconociendo/reconociéndose), todo lo demás toma su correspondiente magnitud, uno ríe y de pronto lo único realmente importante es preguntarse cómo diablos le vamos a hacer para acostumbrarnos a esta humedad y a volver a esa rutina de 3 baños al día, nomás por sobrevivir...
2 comentarios:
Buena suerte en esta nueva-vieja vida :)
jeje, gracias Patty! un abrazo!
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