Contestas el teléfono y tu voz suena sorprendida, te alegras, me cuentas qué tal tu día, ríes y me platicas de la tonta película que estás viendo. Te imagino sonreír, tienes una linda sonrisa, tu voz suena a que sonríes. Casi gritas; en eso nos parecemos, escandalosas y expresivas cuando nos sentimos en confianza.
Pero luego te cuento algo y tu presencia se apaga, nuestra conversación se queda sólo en mi monólogo. Del otro lado de la línea tu voz se fue, debo preguntarte si sigues ahí porque ya no te oigo nada. Ahora estás acartonada, ya no hablas. Te digo que estoy bien, pero tu voz se fue. Entre las dos sólo queda esa extraña distancia.
Lo siento, mamá, por preocuparte.
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