En nuestro último retiro espiritual en la casita de las monjas en Valle, por razones todavía un tanto inciertas tuve un episodio de convulsiones (hipótesis más convincente: desmayo, caída sobre una banqueta, golpe no mortal en la nuca o cerca de ella, et cetearis...). Dicen que salvo el nombre de mi señor padre y mi entonces señorito novio, fui incapaz de pronunciar palabra o hilar ideas y estuve inconsciente toda la noche y sólo recuerdo un flashazo en el que me subían a una ambulancia. A la mañana siguiente me desperté en un cuarto diferente al de los dormitorios de la casa de retiro, yo de lo más fresca y sin entender por qué todos me miraban como si fuera Lázaro recién resucitado, porqué me dolía tanto la cabeza y tenía un moretón en la mandíbula más el labio inferior roto y porqué Caty y Sonia no se me separaban ni un momento. Cuando regresamos al DF y mis padres me recogieron en la escuela me dijeron que las monjas me habían condicionado y que no tenía permitido volver a clases hasta que me hicieran análisis y ver qué diablos me pasó. Los estudios no mostraron ningún daño posterior o condición neurológica de cuidado, así que se tomó eso como un episodio aislado a partir del golpe y fin de la historia.
Hace poco publicaron en PostaSecret una tarjeta en donde alguien confesaba que a veces deseaba ser incapaz de tener hijos para así tener una excusa para adoptar. Eso me dejó pensando porque de forma similar a veces quisiera yo tener una excusa para cuando yo me siento increíblemente torpe. Quienes me conocen saben que tengo muy buena memoria, soy capaz de recordar detalles que para mucha gente pasan desapercibidos, eventos que la mayoría olvida y pendejaditas que a nadie importan. Sin embargo, en ocasiones he descubierto varias lagunas y eso primero me duele y a veces me asusta. Se trata de cosas que han ocurrido y es como si me hablaran de una película que nunca he visto, imposible de entender que haya pasado. Nada grave, pero extraño, recuerdos que se han perdido; una monedita argentina que Sonia nos regaló a Gaby y a mí en una despedida, no logro recordar cuando pasó ni dónde está la parte que me tocó a mí, y eso que yo guardo hasta los recaditos que nos pasábamos en clase durante la prepa; la casa de I, hace varios años también, logro recordar todo lo que hicimos ese día, pero no dónde era su casa ni que estuve ahí, aunque hay fotografías que lo comprueban. Lo más reciente, que fue cuando empecé a darle vueltas a este asunto nuevamente, fue una plática con Fer donde me preguntaba sobre una historia que le conté de JCR una noche que bajábamos al metroTacubaya. Fer me insistía y me insistía ("acuérdate Kari, acuérdate, no se te puede olvidar, tú siempre has tenido buena memoria") y no me creía que no recordara, siendo que de JCR guardo con harto cariño tantos momentos y tantas historias. Lo más extraño es que tengo memoria selectiva, pero no para los buenos recuerdos, es tan raro. Sin embargo, lo que me preocupa en realidad es cuando siento que mi capacidad de almacenamiento en mi memoria se ha deteriorado con el tiempo. A veces me pasa que olvido qué películas vi la semana pasada, o que a la mañana siguiente no recuerdo de qué trataba el capítulo que leí y disfruté tanto. Mi madre diría que eso es porque estoy distraída, que no estoy concentrada. Lo que me preocupan son las ideas y el conocimiento que deberían acompañarme en el largo plazo. Pienso que si este año tuviese que presentar mis prelims de nuevo no sería capaz de responder satisfactoriamente, o que si tuviese que volver a programar en UNIX ya no sabría cómo hacerlo, después de dos años de trabajar y comer de eso, sólo por poner un par de ejemplos, no demasiado exhibicionistas. A veces quisiera que ese golpe en la cabeza o mi otro acompañante ahí dentro tuvieran una razón de ser más allá de lo que son, para así tener al menos una explicación, o más bien una excusa, cuando mi desempeño no es tan óptimo como debiera. Cuando pienso eso me siento culpable, y pienso que en el fondo está bien sentirse mal por pensar eso, porque supongo que buscarse excusas de esa magnitud es una forma muy vil de autocondescendencia. Igual a veces lo pienso. Igual a veces me intriga.
Ya se me habían pasado esos pensamientos cuando hoy por la tarde mientras caminaba pasó un señor en bicicleta y como es mi costumbre me le quedé mirando (últimamente pongo atención a los ciclistas porque pronto me haré de una bici para mí). Me di cuenta que su brazo izquierdo sólo llegaba hasta el codo, así que sólo sostenía el manubrio con su mano derecha; la bicicleta no tenía modificación alguna que hiciera más fácil o cómodo el manejo del manubrio. Dio vuelta a la derecha en Mountain e inclinó todo su cuerpo al frente para que su codo izquierdo se apoyara en el manubrio y así ejercer presión y cambiar de dirección. Con dos manos y dos piernas me he inventado cantidad de historias para no usar la bicicleta. Con electroencefalogramas e IRMs limpios quiero buscarme excusas para mi memoria. Ver a ese hombre me hizo recordar la fuerza de la voluntad, y que ésta es tan poderosa que más vale encauzarla positivamente. Si me he de convencer de algo, que sea de algo bueno, pues.
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