martes, mayo 12

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Tampiqueña de nacimiento, tabasqueña de sangre, chilanga por adopción, temporalmente en el autoexilio. Tengo algo así como un espíritu nómada, una sensación de falta de permanencia. He vivido en 20 casas diferentes desde que nací, y me he mudado en 13 ocasiones; próximamente serán 14. Las mudanzas las cuento cuando tengo que vaciar un lugar para irme a otro, llevándome todas todas mis cosas, y notificando un cambio de domicilio. Por razones prácticas considero la casa de mis padres mi domicilio permanente (y hasta ellos se cambiaron recientemente de casa hace dos años), pero aún no siento que tenga un hogar. A veces siento que mi patria, mi hogar, es donde está la gente que quiero: mi familia, mis amigos; pero el problema es que eso no es un lugar estático, porque toda mi gente está desperdigada. En casi todos lados siento que estoy sólo de paso. Decir algo tan simple como mi casa suena a veces muy ambiguo, o vacío, muy cambiante. Eso me ha hecho desarrollar manías, que van desde las muy serias hasta las muy sin sentido. La que me está sacando de quicio en este momento es esta extraña clasificación que tengo del tiempo y mis deberes y la forma en la que respondo a todo eso; el hecho de saber que estoy aquí por cinco meses apróx y me regreso un rato y luego de vuelta y así; hacer lo que tengo que hacer y regresar. Volver a casa, hacer lo que no hago aquí y luego volver. A veces siento todo esto como círculos no concéntricos y que a veces, con algún de suerte, llegan a intersectarse. Bueno, quizá exagero, claro que siempre hay áreas de intersección; pero ahora estoy en uno de esos momentos en los que mi cuerpo y mi cabeza están aquí, pero mi corazón bastante más al sur y cerquita del mar, o entre las montañas. Y en el inter todavía falta terminar tareas que me invento, vaciar, llenar, cambiar de primavera a otoño sin hacer escala en el verano, volver, dejar firmados cheques sin fondos, regresar. Seis semanas y contando.

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