Me gusta viajar en avión, pero odio los aeropuertos, me siento súper insegura en ellos, y hacen todo más complicado. Siempre tengo la ansiedad de que se van a perder mis maletas, que la señorita del mostrador las registró mal y van a acabar en quién sabe dónde o se van a quedar perdidas en el vuelo de conexión o algo así. Cada que puedo me subo al avión y checo por las ventanillas los carritos y las bandas por donde cargan las maletas y procuro divisar mi maleta a lo lejos; cuando logro hacerlo siento que puedo viajar tranquila. Luego están las largas larguísimas horas de espera y los montones de puntos de revisión, más aduanas o cosas de ésas, que me han hecho pasar varias vergüenzas, como la vez que le lloré al señor de migración para que no me hiciera más preguntas y me dejara pasar porque estaba a punto de perder el vuelo o la vez que entré al avión en calcetines y casi a medio vestir porque (de nuevo) ya iban a despegar y yo iba tarde y era de cuando te quitaban los zapatos, chaquetas y cinturones y te pasaban por el detector de metales antes de abordar. La única ventaja de los aeropuertos es que los baños están por lo menos un poco más limpios, y que hay más opciones para comer (aunque también más caro) y más lugares para sentarse. Fuera de eso, y a excepción de la TAPO en el DF, prefiero las centrales de autobuses a donde puedes llegar de la calle al camión sin ningún problema y entregar tu maleta directamente al señor maletero y ver con tus propios ojos que sí, que tu maleta va en el autobús correcto. Los precios del autobús siempre son los mismos, nada de esas ondas raras de que si compras con antelación el boleto te sale más barato o cosas así (y eso nomás por decir algo, porque la competencia y la política de precios en la industria aérea son en verdad un quilombo), y lo puedes comprar hasta 5 minutos antes de salir, a veces con suerte llegas rayando pero la señorita de los boletos es amable y le habla por radio al chófer pa que te espere, nadie te quita los zapatos en el camino y nadie te hace jetas por llegar corriendo. Y pues sí es mono andar por las nubes, pero a mí me encanta más el paisaje en carretera. Pero ya, fin de la historia quejicas. Últimamente he escuchado a varias personas autodefinirse como quejumbrosas y parecen estar orgullas de ese hecho, a mí no me gusta quejarme pero me sale automático y parece que no lo puedo evitar. Y me aguanto las ganas para no venir a lloriquear mi desesperación por este asunto de hacer maletas que tanto tanto detesto... en fin.
Ahora sólo queda esperar, que ya cuento las horas para largarme de aquí. Sólo necesito que R aparezca en algún momento, o que por lo menos no olvide que mañana tenemos que salir temprano. Me choca el día antes de mi partida, porque tengo un montón de energía condensada que no puedo sacar de manera alguna sino yéndome. Ya limpié la casa, ya saqué la comida del refrigerador, ya me jodí la espalda lavando el baño y limpiando la estúpida tina que quedó hecha un desastre luego de que mi pobre hogar fungiera como albergue temporal por una semana (larga historia que muy probablemente ya no me anime a contar aquí), y aún así me siento hiperactiva. Todavía tengo que enviar mi propuesta de investigación para el próximo semestre, pero ante la dualidad indiferencia/entusiasmo que ha generado mi paper de migración prefiero dejarlo descansar un ratito y pensar un día más si voy a proponer ése o el anterior sobre el orden de nacimiento, con el que de todos modos sigo trabajndo, pero al menos me emociona saber que ya tengo una agenda de pendientes importantes. Recién me enteré que la ceremonia de graduación de la maestría será este sábado, lo cual en general me vale un rábano si no es porque se trata de esas ceremonias grandotas en una universidad de verdad con toga y birrete y esas cosas que yo nunca tuve porque siempre estuve en escuelas pichurrientas y/o chiquititas en donde no había nada de eso... como sea, lo que cuenta es el papel y ése llega hasta fin de mes. En fin, ya fue mucho autobalconeo por hoy.
Descansen, sean felices, tengan días buenos.