jueves, diciembre 25

la peste negra

Uno escucha hablar de ella y no puede más que pensar en esa analogía. Está ahí, permeándose en todos lados, de mil y una formas, pero parece irreal, peliculesco, lejano; sí, hasta que de alguna manera te toca, hasta que entra a tu casa aunque sea de manera indirecta, pero entra, nada sigilosa, pero sí sin esperarlo, acechante, violenta y de golpe, y así, como un golpe te deja nockeado y no sabes cómo reaccionar, y ya no vuelves a respirar igual. Tienes que buscar ayuda, pero no es fácil hacerlo, la mayoría de la gente no sabe cómo hacerlo. Son dos tipos de parálisis las que te limitan: la primera es porque no quieres hacer mucho ruido que preocupe a los demás o que llame más la atención de manera que peligre la vida del afectado; la segunda porque sabes que si se enteran los que debieran controlarla, la cosa siempre irá peor. Es así que cargas con un peso incomensurable y con la dignidad tan dañada que te mueves de forma casi subrepticia, el miedo te carcome y la vida parece haber perdido todo el significado que tenía apenas horas antes. Paradojas, tu vida ya no tiene el sabor de antaño, pero es la vida de ese otro ser por el que eres capaz de darlo todo el único motivo por el que vives ahora, por el que las horas se hacen más largas de tanta angustia, y tan cortas porque no son suficientes para encontrar la manera de evitar esta sentencia de muerte. Y si nosotros no somos los afectados directos, la cosa no deja de alterarnos, de generar miedo y zozobra. Estamos tan cerca, somos tan iguales ¿cuándo nos toca a nosotros? Quieres ayudar y no ves cómo, todos estamos tan en las mismas, tan desvalidos, tan vulnerables. La selección natural se hace cada vez más complicada.
La impotencia y la incredulidad me invade. Nada es como antes. Una frase que busca sacar una sonrisa sólo provoca varios pares de hombros alzados. Comparar todo esto con El Padrino sólo genera más preocupación y silencio. Todo se ve tan podrido. Mi ciudad, mi querido puerto tropical, verde y azul, carcomido desde sus tristes cimientos. A la peste negra aquí se le llama la maña.

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