Siempre he creído que todo ocurre para bien. El problema es que últimamente todo mundo lo dice a cada rato… todo ocurre para bien… las cosas pasan por algo… No me gusta la expresión lugar común, pero a veces veo que aplica. No es cosa de demeritar el sentido de esta frase, es que ya lo dicen tanto y tan para todo que ya la malgastan mucho, y si te toca consolar a alguien, mejor ni usarla, porque es casi casi como dar el avión. Claro que las cosas tienen una razón de ser, y claro que a lo mejor ahorita no la vemos, pero ya la habremos de agradecer, etcétera, la cuestión es que últimamente pienso que las cosas simplemente pasan y ya, que de nosotros depende hacernos bola en el sillón lamentando nuestra suerte o ver la manera de enfrentarlo inteligentemente. Si las cosas pasan, pues ya qué, lo importante es entonces qué hacemos con eso y cómo movernos a lo que sigue, que el mundo no deja de girar, aunque a nosotros nos lleve pifas.
Y aún así, cómo duele. Cómo duele ser dos cargando un peso y ni siquiera sé si mi angustia sirve de algo. A veces por eso creo que más que hermanos parecemos gemelos, por esta manera en la que estamos conectados. Vaya uno a saber. Pero de todos modos hay que enfriar la cabeza y pensar qué hacer. Luego me vine a enterar que no éramos dos preocupados, sino cuatro. Vaya semana difícil. Pero así en montón se pueden aligerar tanto las cosas, se aclara el panorama, se encuentran soluciones. Supongo que no debería decirlo, pero qué afortunada me siento con la familia que me tocó. Sé que hay gente que piensa que somos una familia disfuncional y que nuestros padres no nos quieren porque nos dejaron ir de casa bastante chicos, pero yo siempre he sentido todo lo contrario, que sólo queriendo tanto y teniendo tanta confianza en alguien eres capaz de dejarlo vivir en libertad. En fin, es lindo llegar al domingo con este cachito de paz, y constatar que a pesar de todo siempre hay algo, por tonto que sea, por lo cual reír, aunque sea poquito.
***
La habíamos estado buscando desde diciembre, en los blockbusters, en videoclubs chiquitos, en los tianguis y en las tiendas grandes, en Tampico y en DF, nada. El mes pasado la encontré en mi blockbuster de acá, de puro churro, un día en cuya mañana había escuchado a Fito Páez y que después coincidió con el descubrimiento, al terminar de ver la película, de que Páez era el compositor de toda la música en ella. Vimos Martín (Hache) hace muchos años, también de pura suerte, suerte que me la encontrara, suerte de que mi hermano tuviera ganas de ver pelis conmigo. Se convirtió en una de las favoritas. Lo que más me gusta de ella son algunos de sus diálogos: sus críticas a Argentina se acomodan muy bien a México; el papel conciliador de Dante y sus ideas sobre el sexo, las personas y las drogas me hacen reír y pensar; la búsqueda aparentemente sin sentido de Hache por encontrarse a sí mismo es un reflejo de nosotros mismos hace tiempo; pero sobre todo, las continuas menciones de la nostalgia por el lugar que se dejó, ésas son las que más me gustan. La semana pasada conseguí la película en una súper ganga mediante Amazon. No pudo llegar en mejor momento para regalarla. Pongo tres de mis partes favoritas, por Vik; por D y aquella vez que hablamos de la patria, y de paso destazó la película, aunque después me compartió un poema de JE Pacheco; por Obiwan y las charlas con calor de hogar aún en el autoexilio.
*
Hache: (…) me tengo que volver. No sé muy bien por qué. No sé qué es lo que me tira tanto. No sé qué extraño. No sé si extraño… Los techos. Pueden ser los techos, los tejados de las casas son muy feos, cuadrados, blancos, con tanques de agua, puestos como al boleo, es como que la gente no les da bola, como que la gente los desprecia, como si los tejados no fueran parte de la casa. En Madrid los techos son hermosos, hay tejas, hay chimeneas, hay colores, no se pueden comparar. Pero a veces extraño los techos de Buenos Aires. Es una boludez, pero me pasa.
-Hache, en su mensaje de despedida.
*
Martín: ¿Sabés qué extrañaba yo de Buenos Aires? Los silbidos. La gente que anda silbando por la calle. Aquí nadie silba por la calle. Tardé en darme cuenta. Notaba algo raro pero tardé unos meses en darme cuenta. Casi me vuelvo. Me entraron ganas de volver. Pero pasó. Era absurdo. No se puede volver a un lugar porque querés oír silbar a la gente.
Dante: Bienvenido al club de las mariquitas cursis.
-Martín y Dante, después de ver el mensaje de despedida de Hache.
*
Martín: Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañás si te mudás a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país es un tarado mental. ¡La patria es un invento! ¿Qué tengo que ver yo con un tucumán o con un salseño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Estadísticas, números sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente, tu país son tus amigos, y eso sí se extraña, pero se pasa.
- Martín a Hache, en su cena de bienvenida a Madrid.
***
Con ciertos cambios por venir de pronto medio lamento que ahora ya no tendré forma de hospedarme de nuevo en la Narvarte cuando vaya al DF y ahora sí perderme las caminatas mañaneras hacia cualquier estación del metro de la línea 3, caminar y tener todo a la mano, el superama de Xochicalco, los puestos de jugos y licuados, mis tacos de canasta, los bancos, los cafés, el trolebús sobre Eje Central y el micro que me lleva hasta Coapa, la paquetería y la venta de boletos del ADO, los barecitos -incluyendo los de mala muerte-, el Naranjito, los Pericos, los recuerdos, las diagonales, las glorietas, las calles en donde parecíamos predestinados a cruzarnos, las jacarandas y todo eso. Mi único vínculo ahora con este lugar que no sé por qué me ha quedado tan marcado (en serio, ¿es normal extrañar tanto una colonia?), parece ser doña Jose, a quien siempre me hago un espacio para visitarla, y hasta de ella tampoco puedo estar segura cuánto tiempo seguirá ahí. Creo que es sólo una de esas sacudidas que generan las mudanzas. El año pasado que nos movimos todos, de y a diferentes lados y cada quien en su momento, también me sentí así, como si fuese un parteaguas en la historia a partir del cual nada volvería a ser igual, temiendo todas esas diferencias que ocurren cuando la gente se va. También por eso extrañaba tanto, por recordar y pensar en esos departamentos vacíos, en donde al final sólo nos sobreviven las cucarachas.
Y aún así, cómo duele. Cómo duele ser dos cargando un peso y ni siquiera sé si mi angustia sirve de algo. A veces por eso creo que más que hermanos parecemos gemelos, por esta manera en la que estamos conectados. Vaya uno a saber. Pero de todos modos hay que enfriar la cabeza y pensar qué hacer. Luego me vine a enterar que no éramos dos preocupados, sino cuatro. Vaya semana difícil. Pero así en montón se pueden aligerar tanto las cosas, se aclara el panorama, se encuentran soluciones. Supongo que no debería decirlo, pero qué afortunada me siento con la familia que me tocó. Sé que hay gente que piensa que somos una familia disfuncional y que nuestros padres no nos quieren porque nos dejaron ir de casa bastante chicos, pero yo siempre he sentido todo lo contrario, que sólo queriendo tanto y teniendo tanta confianza en alguien eres capaz de dejarlo vivir en libertad. En fin, es lindo llegar al domingo con este cachito de paz, y constatar que a pesar de todo siempre hay algo, por tonto que sea, por lo cual reír, aunque sea poquito.
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La habíamos estado buscando desde diciembre, en los blockbusters, en videoclubs chiquitos, en los tianguis y en las tiendas grandes, en Tampico y en DF, nada. El mes pasado la encontré en mi blockbuster de acá, de puro churro, un día en cuya mañana había escuchado a Fito Páez y que después coincidió con el descubrimiento, al terminar de ver la película, de que Páez era el compositor de toda la música en ella. Vimos Martín (Hache) hace muchos años, también de pura suerte, suerte que me la encontrara, suerte de que mi hermano tuviera ganas de ver pelis conmigo. Se convirtió en una de las favoritas. Lo que más me gusta de ella son algunos de sus diálogos: sus críticas a Argentina se acomodan muy bien a México; el papel conciliador de Dante y sus ideas sobre el sexo, las personas y las drogas me hacen reír y pensar; la búsqueda aparentemente sin sentido de Hache por encontrarse a sí mismo es un reflejo de nosotros mismos hace tiempo; pero sobre todo, las continuas menciones de la nostalgia por el lugar que se dejó, ésas son las que más me gustan. La semana pasada conseguí la película en una súper ganga mediante Amazon. No pudo llegar en mejor momento para regalarla. Pongo tres de mis partes favoritas, por Vik; por D y aquella vez que hablamos de la patria, y de paso destazó la película, aunque después me compartió un poema de JE Pacheco; por Obiwan y las charlas con calor de hogar aún en el autoexilio.
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Hache: (…) me tengo que volver. No sé muy bien por qué. No sé qué es lo que me tira tanto. No sé qué extraño. No sé si extraño… Los techos. Pueden ser los techos, los tejados de las casas son muy feos, cuadrados, blancos, con tanques de agua, puestos como al boleo, es como que la gente no les da bola, como que la gente los desprecia, como si los tejados no fueran parte de la casa. En Madrid los techos son hermosos, hay tejas, hay chimeneas, hay colores, no se pueden comparar. Pero a veces extraño los techos de Buenos Aires. Es una boludez, pero me pasa.
-Hache, en su mensaje de despedida.
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Martín: ¿Sabés qué extrañaba yo de Buenos Aires? Los silbidos. La gente que anda silbando por la calle. Aquí nadie silba por la calle. Tardé en darme cuenta. Notaba algo raro pero tardé unos meses en darme cuenta. Casi me vuelvo. Me entraron ganas de volver. Pero pasó. Era absurdo. No se puede volver a un lugar porque querés oír silbar a la gente.
Dante: Bienvenido al club de las mariquitas cursis.
-Martín y Dante, después de ver el mensaje de despedida de Hache.
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Martín: Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañás si te mudás a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país es un tarado mental. ¡La patria es un invento! ¿Qué tengo que ver yo con un tucumán o con un salseño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Estadísticas, números sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente, tu país son tus amigos, y eso sí se extraña, pero se pasa.
- Martín a Hache, en su cena de bienvenida a Madrid.
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Con ciertos cambios por venir de pronto medio lamento que ahora ya no tendré forma de hospedarme de nuevo en la Narvarte cuando vaya al DF y ahora sí perderme las caminatas mañaneras hacia cualquier estación del metro de la línea 3, caminar y tener todo a la mano, el superama de Xochicalco, los puestos de jugos y licuados, mis tacos de canasta, los bancos, los cafés, el trolebús sobre Eje Central y el micro que me lleva hasta Coapa, la paquetería y la venta de boletos del ADO, los barecitos -incluyendo los de mala muerte-, el Naranjito, los Pericos, los recuerdos, las diagonales, las glorietas, las calles en donde parecíamos predestinados a cruzarnos, las jacarandas y todo eso. Mi único vínculo ahora con este lugar que no sé por qué me ha quedado tan marcado (en serio, ¿es normal extrañar tanto una colonia?), parece ser doña Jose, a quien siempre me hago un espacio para visitarla, y hasta de ella tampoco puedo estar segura cuánto tiempo seguirá ahí. Creo que es sólo una de esas sacudidas que generan las mudanzas. El año pasado que nos movimos todos, de y a diferentes lados y cada quien en su momento, también me sentí así, como si fuese un parteaguas en la historia a partir del cual nada volvería a ser igual, temiendo todas esas diferencias que ocurren cuando la gente se va. También por eso extrañaba tanto, por recordar y pensar en esos departamentos vacíos, en donde al final sólo nos sobreviven las cucarachas.
2 comentarios:
Karina:
Una abrazo!
Comprendo perfectamente eso de extrañar una colonia. Durante 38 años mi abuela vivió en la misma casa,ayer recordaba como esque se conviritó en el cuartel general y cómo es que si alguna casa extraño además de la que viví antes de mi casa actual, es ésa: primero porque viví mucho tiempo en ella y sino era un lugar donde sabía que podía salir a jugar, conocía los hoyos en las banquetas, la señora que rezaba todo los días, y todo quedaba también cerca.
Sobre la independencia... creo que tienes razón, sé que mis papás me aman y adoran, pero últimamente descubro que en realidad no confían en mi para poder cuidarme... lo peor? tampoco es que yo confíe tanto en ello, pero estoy segura que puedo aprender a hacerlo y sobretodo quiero.
Patty
Siiii
¡38 años es un montón! Esas casas así son lindas, también la casa de mi abue y la de mi bisa son así, aunque con los años han cambiado tantas cosas, en la memoria permanecen como cuando tenía 10 años y eso nadie nos lo quita. Pero ya ves que luego entra la nostalgia de tanto recuerdo bonito.
Mhmm, yo creo que no es tanto que no confíen en ti para cuidarte, sino que así como están las cosas es como para no confiar en nada ni nadie del mundo de allá afuera. Si es que no es nomás de amar a alguien sino también tener mucho estómago para aguantarse la angustia de que algo pueda pasarle; hacer de tripas corazón pues, y eso no es fácil. Lo importante es que tú te sientas capaz de lidiar con esto y que trabajas en ello, lo demás, supongo, es nomás cuestión de tiempo.
Un abrazo bien fuerte Patty! :)
-Karina.
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