miércoles, septiembre 17

miradas insospechadas

Un sábado de cuando tenía cuatro años estaba con mi papá en la sala aburriéndome de lo lindo. Sé que era sábado porque Andrés estaba leyendo el periódico y yo estaba aburrida porque a mí me gustaba leer el periódico con él pero sólo los domingos cuando había monitos (y obviamente no los leía sino que me inventaba historias con los dibujitos pues), y ese día era sábado y no domingo y no había monitos, pero Andrés leía el periódico porque era un sábado en que por alguna razón no le había tocado brigada. Para no aburrirme me puse a mirujear por la ventana, a ver si aparecía mi vecino Lorenzo jugando con los otros niños grandes de la cuadra o algo así, pero Lorenzo era el que hacía los mandados por ahí y seguramente andaba en algún encargo. Como no tenía nada que hacer se me ocurrió ver si podía meter mi cabeza entre los barrotes de protección de la ventana; batallé un poco, sobre todo por las orejas pero lo logré. Cuando me fastidié de mi gran hazaña y trataba de acomodarme para salir de ahí, mis ojos se detuvieron en una parejita que estaba sentada en la banqueta del otro lado de la calle, casi frente a mi casa. Los chavos se estaban besando pero así apasionadamente, no se separaban, y yo me quedé casi en shock. No sabría decir si era la primera vez que veía un beso, supongo que no, pero al menos es la imagen más antigua que tengo de algo así. Andrés es dicharachero pero siempre ha sido una persona muy reservada y por ende mis padres no son de mostrar su afecto en público. Tenía cuatro años así que tenía muy controlada la tele, nomás Burbujas, Chabelo y TopoGigio; en esa época me parece que era cuando transmitían Rosa Salvaje o alguna otra telenovela de ésas pero era de noche y a mí me mandaban a dormir temprano. Así que todo indica que mis castos ojos no se habían topado con besos así con ganas. Tampoco tenía mucha idea de qué era lo que estaban haciendo; o sea, sí, un beso, pero ¿por qué? Yo daba besitos de buenas noches a mis padres y saludaba de beso a mis abuelos y a mis tíos, siempre en la mejilla, pero ¿y ellos? ¿por qué de frente y en sus bocas? ¿por qué tanto tiempo y como si no hubiese mundo a su alrededor? Y mientras supongo que estaba buscando alguna explicación al estilo de "se quieren y algún día se casarán para ser papá y mamá de sus hijitos", Andrés me llamó y yo olvidando que tenía todavía la cabeza atorada entre los barrotes me moví rápido y me lastimé. Mi papá me regañó por andar haciendo estupideces y por el regaño perdí la gracia para acomodarme las orejas y salir bien librada de las protecciones de la ventana. Luego me asusté porque por un momento creí que nunca iba a poder sacar la cabeza de ahí hasta que tuvo que llegar mi mamá con sus manos de maestra que cura raspones y calma los lagrimones de sus niños en la escuela, para así ayudarme a sacar la cabeza, y entonces sí, a darme su correspondiente regañada. Ése es uno de mis primeros recuerdos como mirona.

Hace poquito descubrí un blog que me tiene encantada y dándole las vueltas me encontré con esta entrada donde David Apatoff hace una hipotética interpretación de la mirada de Edward Hopper en los tiempos del internet. No es suficiente nomás mirar. Supongo, aunque suene cursi, que es cuestión de también dejar que el alma vea y que, en este caso, sea capaz de ver -e interpretar- otras almas.

2 comentarios:

Javoc dijo...

quiza es por esa razón que los besos tienen que ser con los ojos cerrados...

saludos y abrazos.

Anónimo dijo...

vaya, no lo había visto de esa forma, pero es muy cierto!

abrazos Javier!

-Karina.