- Kurt Cobain.
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Recuerdo vívidamente esa primera vez. Tenía 7 años y no había quién cuidara de mí aquella tarde en que como tantas otras toda mi familia estaba en el hospital y Andrés tenía que dar clase en el Tecnológico. Generalmente mi papá nos dejaba en el hospital mientras había gente esperando pasar en la hora de visita y ahí nos la vivíamos hasta que alguien nos diera aventón o Andrés saliera del trabajo y pasara a ver a mi mamá para regresarnos los tres juntos; después mi abuela llegó a vivir con nosotros "para echarnos la mano" y se acabó el relajito de con quién dejarnos. Pero esta tarde por alguna razón yo estaba sólo con Andrés, mi hermano sabríadiosdónde y yo tenía "mucha tarea" qué hacer y mi papá el salón lleno de universitarios. Así que me dejó en la biblioteca, me buscó un escritorio cerquita de una ventana que daba a uno de esos patios que entonces yo consideraba enormes y me repitió un montón de veces que no me moviera de ahí. ¡Yo cómo me iba a ir de ahí si estaba fascinada! No sólo me sentía como gente grande a pesar de estar llenando mi cuadernos de planas y series de dos en dos hasta el dos mil, sino que tenía un escritorio para mí, a pesar de estar sólo separado por dos páneles de los escritorios a los lados, y estaba ese olor a libro guardado y un bullicio moderado que desde entonces encuentro tranquilizador. No me parece que en Tampico haya una biblioteca decente, pero la del Tec de Madero fue la primera que visité en mi vida y guardo gratos recuerdos de ese lugar. La segunda en la que estuve fue la del edificio de Pemex en César López de Lara, ya cuando estaba en secundaria y que yo empezaba a leer. Andrés fue un lector ávido de joven y empezaba a hablarme de libros que no podía comprarme (no sólo por la cuestión monetaria sino porque, eso sí, no hay una sola librería decente en Tampico ni su zona conurbada) pero que encontraba en la biblioteca y me llevaba, a veces sin siquiera cuestionarse si eran apropiados para mi edad (e.g. Los tontos mueren, de Mario Puzo). Mi papá nunca fue de llevarme a su trabajo y yo sólo llegaba a la biblioteca cuando él volvía a la oficina en las tardes. Me quedaba en el frío sótano revisando el viejo catálogo kárdex y sacaba mi listita que entregaba a la bibliotecaria, una mujer mayor que nunca correspondía del todo a mis intentos de hacer plática. Andrés bajaba por mí dos horas más tarde para firmar la libreta de préstamos. Salvo esa excepción y mi semestre en York University no me gusta mucho pedir libros prestados en la biblioteca; su naturaleza de bienes públicos me resulta algo frustrante (el maltrato que la gente les da, el uso restringido que cuando estás en el clímax de la historia te mandan la notificación de que otro usuario requiere el mismo libro, la imposibilidad de dejar notas y marcaciones, etc), pero a veces no queda de otra y tiene sus beneficios.
Escribo esto a punto de regresar al departamento para mi clase nocturna de los lunes. Segundo fin de semana consecutivo en que las intenciones de trabajar se quedaron en intenciones (blush sin arrepentimiento). La biblioteca de la escuela de leyes es un buen lugar para leer. Hay pocos estudiantes de licenciatura y la gente se restringe y es respetuosa (nadie viene aquí a comer, la señal de celular suele fallar así que hay pocas interrupciones), el sótano es un lugar bastante amplio y la distribución de las mesas da la sensación de apertura, un gran espacio abierto que difumina el ruido, las mesas de estudio compartidas no tienen más de cuatro escritorios (aún así soy tan neurótica que no soporto la cercanía de la gente y suelo encontrar una mesa grande para mí sola), la temperatura es la adecuada. Me siento tan cómoda como cuando tenía siete años y entré a una biblioteca por primera vez. Se siente bien.
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Ayer fuimos a donde los libros usados, pero a la librería matriz. Enorme. Muchas salas y hasta una galería y unos baños bien bonitos. Al abrir la puerta lo primero que vi fue una reproducción de The Accolade. Siempre me acuerdo de ti, Duende, pero ver ese cuadro que tanto te significa me hizo recordarte como que con más ganas, como con un guiño ;) Cuando vuelvas a pasar por aquí, sabe que te mando un abrazo sonriente en la distancia, hasta donde estés, con harto cariño.
2 comentarios:
tenia que ser Cobain.
saludos Karina!
:)
¡saludos y un abrazo, Javier!
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