Es casi la una y estoy despierta en mi vigilia de todos los viernes (aunque en estricto sentido esto ya cuenta como sábado), la única desvelada que vale la pena en toda la semana. Andrés no debe tardar en llegar. Hoy nadie pudo ir por él así que tiene que venirse en taxi; en solidaridad (y como una forma de paliar mi sentimiento de culpa porque aún no logro vencer mi pánico ante el volante de un coche) soy la única en casa esperando su regreso. Me educaron con un sentido muy alto de la atención a los demás, especialmente al hombre de la casa, así que estoy al pendiente de que llegue mi padre para asegurarme de que deje la ropa sucia en el bote de abajo, darle agua y ofrecerle de cenar, así como pasarle el reporte de las últimas novedades, esa manía muy de Andrés de asegurarse que todo está bajo control antes de irse a la cama sabiendo sus pendientes del día siguiente. Espero con ansiedad su llegada y pienso en la relatividad del tiempo, una casi obsesión mía. Convivo de manera cercana con mi padre alrededor de un mes al año, quizá menos; paso cinco meses seguidos sin verlo y sin inmutarme, pero un sólo fin de semana que no pueda venir cuando yo estoy aquí se me hace eterno y siento que hay algo vital en toda la dinámica familiar que no encaja con su ausencia.
Es la una de la mañana ya y prefiero terminar de leer esa larga novela que me parece tan mala antes de ponerme a trabajar. Recién reparé en que el Taller de Jóvenes Exploradores será dentro de dos semanas más y que debo preparar la presentación y practicar. Mi madre me pregunta qué demonios hago con la luz prendida hasta las tantas de la madrugada si es que no estoy trabajando y sólo respondo "leyendo", porque me parece demasiado complicado explicarle que me entra el síndrome de Peter Pan y que de paso me aterra enterarme que esta vez expondré sola durante una hora más preguntas y respuestas y que siempre que empiezo a pensar en compartir mi trabajo a los demás una parte de mí se llena de inseguridad y se paraliza de tan sólo imaginarse que alguien vaya a llegar a decirle que sus datos están mal, que sus supuestos son débiles, que su metodología apesta, que sus conclusiones son erradas. El proceso de convertir esa parte insegura en mi mayor autocrítica para mejorar mi trabajo no deja de ser lento y doloroso.
Es la una y diez y entra un aire fresco por la ventana mientras observo las nubes moverse con rapidez, un fenómeno que me fascina. Quisiera que lloviese ahora para acompañar el olor de la tierra mojada con el de las gardenias que adornan mi escritorio. Me gusta el silencio accidentado de la madrugada, mis sentidos nunca están en su fase más alerta como a estas horas.
2 comentarios:
Bien, al menos no te desvelaste con tu madre viendo la peor peli de todos los tiempos: I´m not here. Me gusta tu sentido de la responsabilidad tan mexicano.
bueno, tampoco es taaaan mala, ¿no? al menos un poco mejor que el fut :)
Publicar un comentario