miércoles, enero 14

de vuelta

Día dos en mi pueblito en medio de la nada, en el que nunca pasa nada. Pero es que si en tres semanas no cambié yo, ¿cómo espero que cambie esta mancha urbana tan dispersa?
Recién me enteré que ésta es una de las ciudades most bike-friendly del país. Y yo sin una bicicleta. Las dos únicas pseudo-resoluciones de año nuevo se las dije todavía el año pasado a R una noche que volvíamos del cine: hacerme de una bicicleta y hacer el examen de manejo para sacar la licencia. Ha sido una de las contadísimas ocasiones en que le saqué a R una carcajada. No creo en los propósitos de año nuevo, es como una superstición de que una vez que lo dices es porque no los vas a cumplir. La cosa es que no tengo dinero para comprar una bici, al menos no como la quiero: una de ésas medio retro (no recuerdo el nombre del modelo), color rojo quemado metálico, de ésas de niña para cuando uso falda, y con una canasta al frente; la más barata que encontré costaba USD$14o, más el cambio de pintura; ni tengo dinero para pagar lecciones de manejo para practicar, y mi orgullo es demasiado para pedirle a alguien que me lleve a dar de vueltas por ahí en su auto. En resumen: EXCUSAS. La verdad es que me he colgado la etiqueta de estar imposibilitada para manejar cualquier vehículo que tenga ruedas. Tengo dos piernas y un pase para el autobús, con eso me basta. No necesito de un auto para demostrar progreso o que soy una mujer emancipada. Y sí, también, me da pánico.
Ayer fui al súper. En la parada del bús estaba una señora simpatiquísima, viejita viejitita, pero con una sonrisa y una mirada tiernísimas, increíblemente amable. Llegó el autobús y todos en el parabús nos pusimos de pie, la señora estaba al principio de la fila pero tardó en pararse, y me hizo señas para que pasáramos nosotros primero, yo estaba detrás de ella y le ofrecí mi brazo como palanca y le dije que pasara primero. Ella me dio las gracias y dijo "sure, sweetie, age comes before beauty". Todos en la fila nos reímos. A lado de ella se sentó una mujer joven con su hijita de unos cuatro años. La señora saludó a la niña, y ésta se puso a enseñarle las fotos de la cartera de su mamá; empezaron a hablar en español. La voz de esa mujer me fascinó, una voz de una anciana que había vivido todo y estaba en paz consigo misma. A lado de ella iba otra mujer, vestida de enfermera y con la cara con muestras de desvelo y cansancio. Ella también entendía español y empezaron a hablar según la niña le mostraba fotos a la señora. La señora empezó a contar de cuánto extrañaba ir a un baile "ahora ya no hacen tardeadas", dijo. Se bajó y todos nos despedimos de ella. Ella nos dejó bendiciones y sonrisas. Todavía pienso en ella y me deja una sensación como de bienestar. No sé cómo hay personas que pueden transmitir cosas tan bonitas con su sencillez y amabilidad.
Como era un martes en la tarde hice mi súper tranquilamente. Generalmente voy los fines de semana y con el tiempo contado, pues sólo tengo 50 minutos para hacer las compras y regresar al parabús a esperar mi camión de regreso a casa. Pero entre semana el bus pasa cada 15 mins y aún no era día de escuela, así que no me iba a tocar un camión lleno. Me puse a cazar rebajas en el pasillo de ofertas, y mientras checaba la información nutricional del jamón enlatado SPAM un hombre se paró enfrente de mí y comenzó a hablar de las maravillas del supuesto alimento. Nada cambia en este pueblo sureño, pensé. No importa lo que hagas, ni que traigas los audífonos puestos, siempre alguien cerca de ti se pondrá a sacarte plática de lo que sea. Me contó después que recién descubrió que SPAM tiene un auto que corre en la serie NASCAR y cosas así. Luego me contó otra historia de cuando conoció a su mujer en una gasolinera y de cómo ahí se habían robado unas latas de SPAM. Me reí y él siguió hablando de cómo su mujer lo abandonó después de más de 20 años de matrimonio; en eso a él se le cayeron unas tarjetas de presentación que traía en su cartera entre las que estaba buscando algo. Se disculpó diciendo "esto siempre me pasa cuando platico con una mujer bonita". Yo me volteé indecisa entre llevar la crema de cacahuate con o sin trozos. Él continúo: "es en serio, todas las mujeres son bonitas, pero tú además tienes un rostro muy dulce". La verdad es que era un tipo bonachón, y su plática parecía no combinar con su apariencia: un pendiente algo barroco colgando de su oreja izquierda y los brazos con tatuajes en partes algo verdosos, evidencia de que se los había hecho ya hace mucho tiempo sin haberlos retocado. Se movió enfrente de mí y eso me puso alerta, pero en el fondo lo sentí como alguien benigno. Me dijo "no llevas anillo de casada y eso sí es difícil de creer, aunque eres muy joven todavía"; yo me reí, porque nunca me habían dicho tan así que estaba en edad de merecer, y por lo curioso de la situación, de algo como ligue de súpermercado con un señor cuyo hijo mayor tenía más de 35 años, y considerando esta fijación mía por los minisúpers y tienditas de conveniencia en donde me gustaría casarme (referencia directa a la película That thing called love). Me dijo más cosas y me di cuenta que era un hombre que se sentía solo, pero después de unos minutos le dije que tenía que irme. Nos volvimos a topar en otro pasillo, me dijo que había sido amable en escucharlo. Traía en las manos una dona escarchada y me pidió que antes de que me fuera fuese a la pastelería y tomara una también, que eran muy ricas y que el dulce me haría sentir bien. Me hizo prometerle que lo haría. Terminé de hacer mis compras y pasé por la pastelería por una dona, porque creo que las leyes se hicieron para romperse, pero las promesas se hicieron para cumplirse, definitivamente. De vuelta a casa me sentí un poco como Blanche DuBois, por aquello de "siempre confíe en la bondad de los desconocidos".
He pasado la mitad del tiempo cocinando. La lista de pendientes crece; tacho las tareas realizadas y apunto otras más, y aún así me he puesto a cocinar. Terapia ocupacional, tratando de rescatar el gusto de hacer comida sólo para mí. Algo así. He decidido cambiar el status-quo de muchas cosas que me molestan, para que dejen de incomodarme. Cocinar es un primer paso en este experimento y ha funcionado.
Volví a clases hoy y traía el ánimo enflaquecido. Todo indica que debo tomar este curso de estadística bayesiana y me asusta, me genera sentimientos encontrados. Por un lado creo que es un buen reto y que aunque duela y le sufra, me va a servir a futuro...; por el otro lado me intimida el hecho de voltear a mi alrededor y ver gente tremendamente buena y con mentes tan brillantes con gran capacidad de abstracción. Al menos aún está W por aquí, aunque sea por unos meses más tomando la clase de oyente, que entiende lo que pasa, y de paso se ríe de mí y eso de alguna manera aliviana las cosas, porque me hace reír de mis quejas. Me siento el prietito en el arroz, tal cual; yo veo alphas y thetas y funciones de distribución y si no les encuentro un ejemplo concreto, aterrizado, intuitivo y en lenguaje llano, no puedo lidiar con ello, lo sufro tanto. Hacen falta tantos Diéguez en el mundo, matemáticos maravillosos que sepan explicar el cálculo integral y diferencial haciendo referencia a Platón y Aristóteles, y explicando todo con gansitos, tamales y vasos de leche...
Así las cosas, pese a todo, siento que esto va bien. En octubre del año pasado comencé a agarrarle gusto a este lugar. Hace dos días, por primera vez, sentí que estaba volviendo a casa.

No hay comentarios.: