Hay recuerdos a los que me gusta mucho regresar, repasar, una y otra vez. Historias que me definen, que definieron una época de mi vida, que traen de nuevo a mi presente lugares y personas entrañables, lo que fuimos, donde estuvimos. Son calles que camino de nuevo, historias que leo o que cuento de nuevo, fotografías que veo de nuevo, recuerditos que de pronto me topo de nuevo, sueños que se repiten desde años, esas cosas.
Finalmente desempaqué, tratando de estar en paz con el hecho de que quizá me quede aquí más tiempo del que esperaba. Empecé a salir a caminar, recorriendo la ruta que tomábamos mi hermano y yo hacia la escuela primaria (ésa en la que duré cuatro años), el kilómetro y medio que había que caminar para tomar un autobús, cuando entonces la civilización no llegaba a esta zona, pasando en frente de la iglesia donde hice mi primera comunión el día de corpus christi, parándome a comprar pan en El Almendro, tratando de recordar ciertas casas e incapaz de reconocer ciertas calles. Y en la incomodidad de una habitación en un puerto tropical donde la humedad al cien por ciento es el pan nuestro de cada día, releer historias que de alguna forma quedan para la posteridad, pero recuerdos e historias que no van a volver. Supongo que todo esto es parte del proceso de empezar a medio sentirse de nuevo en casa, en preparación para más adelante volver a partir.
Quién sabe, porque desde ya algún tiempo me he dado cuenta que de muy poco sirve planear algo porque a los cinco minutos a la vida le da por replantearlo todo y ponernos todos los planes de cabeza.