martes, septiembre 17

lluvia

Mis padres viven una zona baja de la ciudad, muy cerca del sistema lagunero, así que en época de lluvias el agua fácilmente sube al nivel de la banqueta y en ocasiones hasta la cochera. Eso sin contar el impactante espectáculo de las corrientes de agua que van y vienen en el crucero de la esquina. Cuando se mudaron a este lugar hace unos cuantos años, el puente peatonal que se encuentra en dicho crucero fue una de las vistas más surrealistas que he presenciado. Todos creímos que se trataba de uno de esos gastos estúpidos del gobierno para demostrar que hace algún tipo de obra pública, por ridículo que parezca. Semanas después, cuando ocurrió la primera lluvia torrencial, mi madre me llamó para compartirme la razón de ser de dicho puente: es tal la fuerza de las corrientes de agua, y la altura que alcanzan, que no hay otra forma de cruzar la calle sin correr el riesgo de que lo lleve la corriente a uno, más cuando esa calle la cruzan cientos de niños que van hacia al kínder o a la escuela primaria que se encuentran justo pasando esa cuadra.
Esta mañana desperté con la desidia de quien reconoce el ruido de la lluvia al caer y se arropa de nuevo en la cama con la esperanza de volver al sueño y a los sueños que nos acompañaron por la noche y que nos llevaron a un viaje de recuerdos e historias del pasado. Me levanté, desayuné, me hice cargo de la cocina y vencí la desidia para lavar la cafetera y hacer café sólo para mí, aunque fuese ya cerca del mediodía. Evité la música para poder disfrutar de la melodía de la lluvia al caer, uno de mis clichés favoritos, sobre todo porque en los últimos años la única lluvia que me tocó fue en la temporada de monzones; lluvia que sólo cae por una hora o dos, inconsistente, a menos que sea una tormenta eléctrica, de esas bellas, pero que igual, duran muy poco.
Mi egoísmo me hace sentir feliz de ver tanta lluvia, pero poco a poco deja pasar la preocupación por todos aquellos que viven en las partes de verdad más bajas y que seguramente ya tienen sus viviendas inundadas. Y esto es sólo aquí, en la tierra donde los huracanes ya no llegan gracias a las bases ovnis (de acuerdo al vox populi), y donde las tormentas tropicales cuando tocan tierra no producen lluvias sino hasta dos días después (lo más chistoso que me ha tocado hasta ahora, a diez días de mi regreso: la señorita del clima, que Will no entiende porqué visten como escort, comunicando que a pesar de un 90% de probabilidades de lluvia no hay forma de explicar porqué aún no llueve...). Pero muchos más han sido afectados en otras zonas del estado y del país. Es difícil continuar maravillándose con esta lluvia que tantos estragos ocasiona. Y, sin embargo, son tan poquitas las cosas que estos días logran levantarme el ánimo, que sólo me queda aferrarme a lo que poco que puedo, que si lo piensa uno bien, igual y no es tan poco.
En fin. Sean felices. Tengan días buenos.

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