lunes, febrero 16

Dos veces Pessoa

Leo cosas mías en la noche, ya en la cama antes de irme a dormir. A veces se escabulle un artículo o notas previas a un examen, pero procuro evitarlo; es un momento para mí y la gente maravillosa que puede transmitir ideas y sentimientos con palabras. Ahora leo El libro del desasosiego y a veces he pensando dejar de leerlo en las noches, porque en ocasiones siento que al despertar me he quedado con algún resquicio de saudade o añoranza. Pero no es culpa del libro, sino de la comunión que siento tengo con su autor. Fernando Pessoa es mi favorito porque siento que él dice lo que yo traigo en el alma. Pienso de pronto que la colección compartida que teníamos de sus poemas decidí regalarla como un último obsequio de mí misma, pero ahora veo que en ningún otro lado me siento tan identificada como en El libro del desasosiego. Más aún, esa relación que mantiene Pessoa con Lisboa la da sentido al vínculo que yo mantengo con el DF, aún en mañanas como la de este día en la que pretendo ver hacia el futuro y no encuentro razones para volver. Puede que esté equivocada y que esta relación tan estrecha que yo siento con Pessoa no exista. Pero uno siente, y como sea, él no deja de ser extraordinario.

*

10.
Y así soy, fútil y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que prolongue y entre hasta la sustancia del alma. Todo en mí es tendencia para ser a continuación otra cosa; una impaciencia del alma consigo misma, como un niño inoportuno; un desasosiego siempre creciente y siempre igual. Todo me interesa y nada me cautiva. Atiendo a todo siempre soñando; fijo los mínimos gestos faciales de aquel con quien hablo, recojo las entonaciones milimétricas de cada palabra proferida; pero al oírlo, no lo escucho, estoy pensando en otra cosa, y lo que menos retengo de la conversación es la noción de lo que en ella se dijo, por mi parte o por parte de aquel con quien hablé. Así, muchas veces repito a alguien lo que ya le había repetido, le pregunto de nuevo por aquello a lo que ya me había respondido; pero puedo describir, en cuatro palabras fotográficas, el semblante muscular con el que él me dijo lo que no recuerdo, o la inclinación de oír con los ojos con que recibió la narración que ya no recordaba haberle contado. Soy dos, y ambos mantienen la distancia --hermanos siameses que no están unidos.

66. ENCOGERSE DE HOMBROS
Damos generalmente a nuestras ideas de lo desconocido el color de nuestras nociones de lo conocido: si llamamos a la muerte un sueño es porque por fuera se parece a un sueño; si llamamos a la muerte una nueva vida, es porque parece algo diferente de la vida. Con pequeños malentendidos con la realidad construimos las creencias y las esperanzas, y vivimos de las cortezas a las que llamamos panes, como los niños pobres que juegan a ser felices.
Pero así es la vida; así es, al menos, aquel sistema de vida particular a lo que comúnmente llamamos civilización. La civilización consiste en dar a una cosa un nombre que no le corresponde, y después soñar sobre el resultado. Y realmente el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. El objeto se hace realmente otro, porque lo hicimos otro. Manufacturamos realidades. La materia prima continúa siendo la misma, pero la forma, que el arte le dio, se aparta efectivamente de seguir siendo la misma. Una mesa de pino es pino pero también es mesa. Nos sentamos a la mesa, y no al pino. Un amor es un instinto sexual, pero no amamos con el instinto sexual, sino con la presunción de otro sentimiento. Y esa presunción es, en efecto, otro sentimiento.
No sé qué sutil efecto de luz, o vago ruido, o recuerdo de perfume o música, tocada por no sé qué influencia externa, me trajo de repente, en pleno ir por la calle, estas divagaciones que registro sin prisa, al sentarme al café, distraídamente. No sé adónde iba a orientar mis pensamientos, o adónde preferiría orientarlos. El día es de una leve neblina húmeda y caliente, triste sin amenazas, monótono sin razón. Me duele no sé qué sentimiento que desconozco; me falta un argumento cualquiera sobre no sé qué; no tengo fuerzas en los nervios. Estoy triste mucho más abajo de la conciencia. Y escribo estas líneas, realmente mal anotadas, no para decir esto, ni para decir sea lo que sea, sino para dar una tarea a mi falta de atención. Voy llenando lentamente, a trazos suaves de lápiz romo --que no tengo sentimentalidad para afilar--, el papel blanco de envolver bocadillos que me dieron en el café, porque yo no necesitaba otro mejor y uno cualquiera me servía, siempre que fuera blanco. Y me doy por contento. Me reclino. La tarde cae monótona y sin lluvia, con un tono de luz desalentado e incierto... Y dejo de escribir porque dejo de escribir.

Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.
El Acantilado, 2002.

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me estoy despidiendo del invierno, a veces pienso que es eso; y a veces, nomás de ganas, me da por no tomarme en serio y reír y juego a que juego con cronopios y con famas...

2 comentarios:

Javoc dijo...

gracias por recordarme el libro del desasosiego.

Javoc dijo...

eres muy inteligente