En ocasiones disfruto de pasar todo el día en la universidad y sentir que aprovecho el tiempo. A veces me emocionan tanto las cosas aparentemente pequeñas y ordinarias, pero encuentro tan cálido el sentimiento de unidad que se genera al compartir intereses y preocupaciones, aún con fines y antecedentes diferentes.
Antes creía que era ñoño y me daba pena admitirlo; incluso, esa actitud me generó un valemadrismo inicial que me hizo peligrar un poco esta primera mitad del semestre. Pero la verdad, me emociona pasar días tratando de resolver algo, darle vueltas en la cabeza y llegar a nada. Luego discutir esto con los demás y darme cuenta que no estaba tan perdida, para después ir con los profes, el TA, buscar respuestas, relacionarlo todo, ayudarse, hacer bromas. Estar en un saloncito picando piedra, entrenándose, generando herramientas para poder después ser en verdad parte de esta comunidad generadora de conocimiento. Reconocer que no es fácil, que hay cosas de flojera o del terror, que hay trampas de fe, vanidad y soberbia. Pero todo esto es parte del paquete.
Solía creer que este sentimiento de fraternidad en la generación de algo bello sólo pasaba en los círculos de creación artística. Es así como recuerdo el ambiente de los talleres de pintura, las reuniones de los escritores, los estudios de danza. Pero quizá puede que esté encontrando algo de arte en la belleza ordenada de los números, en la elegancia de un teorema, en la precisión de un modelo aplicado, en las notas de una clase y la camaradería de una tutoría de estadística un lunes por la tarde.
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Escribí lo anterior como a eso de las 5pm, saliendo de una extenuante hora y media de discusión para tratar de comprender la diferencia entre convergencia en probabilidad y convergencia casi segura. Me sentía tranquila, feliz. Camino a casa me tocó ver un cielo maravilloso, una vez más. Los atardeceres son lindos de verdad, ya sé que lo repito mucho, pero es de las pocas cosas que me gustan de este lugar. Estamos a finales de octubre y seguimos arriba de los 33°C. Luego se me cargó el mal humor, resultado de haber dormido muy poco anoche y de lidiar por más de una hora con otro ejercicio que nomás no sale. Me consuelo leyendo un capítulo más de Sylvia Plath y su The Bell Jar, mientras ceno mi sopa Minestronne, uno de los pocos alimentos enlatados que tolero (oh sí, con el rico sabor casero de las sopas Campbell's).
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