jueves, julio 25

Aferrarse a la luz

Tengo 31 años y aún me da miedo la oscuridad. Miedo de verdad, de requerir compañía para ir al baño o "al arbolito" si estamos al aire libre o si se va la luz en la casa, de necesitar que alguien esté cerca y me haga plática y todo eso. Así que me siento culpable por el 40% de los focos encendidos mientras trabajo de noche, pues necesito iluminar todo el camino que va por las escaleras hasta la cocina, atravesando por la sala de estar. Nuestro hogar temporal es más grande de lo que necesitamos, y aunque es un magnífico lugar para descansar, es poco práctico cuando hay tanto trabajo pendiente por hacer. De madrugada me pongo extremadamente sensible con los ruidos y hasta con las vibras, y hay cierto punto en el que mis nervios están de punta. Pero también de madrugada es cuando de verdad encuentro esa concentración como la de los caballos que tienen los ojos cubiertos a los costados. Todo esto se ha vuelto tan caótico que me sorprende que todavía haya días en que me paralice la desidia y el miedo a echar todo a perder. Temor debí haber tenido de que acabaría así, corriendo y haciendo en dos semanas lo que uno debería hacer mínimo en dos meses. Aún no sé cuál será el desenlace de todo esto, pero de tanto en tanto me acampaña algo de paz, y prefiero no cuestinarlo demasiado porque es lo que necesito para seguir y enfrentar lo que venga, que fácil no se ve.

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