Después de tener casa llena por casi diez días se siente bien volver a la rutina, ser sólo dos, vivir en medio de nuestro pequeño y ordenado caos. Nos tardamos cuatro horas de volver del aeropuerto, con la tranquilidad de que no hay que cuidar de nadie más, explicar algo, servir de guía, planear el siguiente recorrido. Paramos en lugares al azar, caminamos a paso lento, con destino final pero sin rumbo definido. Regresamos a casa con actitud permisiva y medianamente indiferente al desorden, aunque hicimos de la lavandería una forzada prioridad, pues mañana hay que regresar a trabajar. La vida sigue en medio de pausas e interrupciones. Es tiempo de nuevas incertidumbres y comienza de nuevo el proceso de decidir en dónde estaremos el próximo año, y mientras, en el ínter, seguir.
domingo, agosto 31
sábado, agosto 2
sermones gratuitos que nadie pide
Cuando estoy convencida de algo, no me gusta que me digan que no, y así es como me empeño más en que suceda, y si no, por lo menos darme cuenta de porqué no se puede. Casi al mismo nivel, me desquicia terriblemente cuando la gente piensa que porque ellos hacen algo, todos los demás deberían a su vez hacerlo. Y es increíble que de pronto medio mundo a mi alrededor toma decisiones que piensan que todos los demás deberíamos tomar, como si fuese tan divertido que todos estuviésemos cortados con el mismo molde, como si todos tuviésemos la misma personalidad o atravesáramos por las mismas circunstancias.
Quisiera que un día la gente se diera cuenta que preguntar si ya estás en el proceso de encargar un bebé es descortés, inapropiado y grosero. Que el que haya personas que no tienen un trabajo y/o lugar fijo para vivir no quiere decir que no tengan planes. Que es válido tener dudas. Que en general la gente es distinta y no por eso vas a llegar a sermonearla sobre cómo alguien cree que debería hacer las cosas.
Quizá el problema soy yo. Quizá debería moverme en círculos más diversos.
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