jueves, mayo 20

Miscelánea

Recuerdo perfectamente cómo fue que conocí a Gustavo Cerati, en el sentido de querer escucharlo, porque obviamente a mí me gustaba Soda Stereo pero no era gran fan y creía que Cerati era un advenedizo que quería lanzarse de solista aprovechando la fama de su banda (!!!). Entonces íbamos Fernando y yo en el Chevy Monza de su hermano, bajando del cerro del cide por Constituyentes, entre Periférico y esa otra que creo que es Circuito Interior, a la altura de la San Miguel Chapultepec. Fer tenía puesto el Bocanada y le dije justamente eso, que Cerati me caí mal por advenedizo, y fue una de las ocasiones en las que Fernando me dio uno de sus mejores sermones sobre música, alabando la calidad compositora de Cerati. Me quedé tan sorprendida que la siguiente vez que pude me compré el Bocanada y desde entonces ése ha sido uno de mis discos favoritos en categoría "los 5 discos que me llevaría a una isla desierta y escucharía por toda la eternidad". El primer concierto al que fui de Cerati fue cuando presentó el Siempre es Hoy en el Auditorio Nacional, un 28 de febrero; el último cuando presentó el Ahí vamos, y siempre me arrepentiré de no haber ido al de Once Episodios Sinfónicos. Mis dos canciones favoritas de Cerati son Puente y Otra Piel, la cual está empatada con Cosas Imposibles. Me gusta la música y los ambientes que genera Gustavo Cerati con sus letras. Las noticias sobre su salud me ponen terriblemente triste y preocupada, en el sentido de ese vínculo que se genera con desconocidos que te han acompañado a lo largo de tu vida de maneras tan directas e indirectas. Pero tengo fe. ¡Fuerza, Cerati!

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Durante mis primeros seis años de vida mi familia y yo vivimos en Ciudad Madero, cerca del centro y por las vías del tren, por los rumbos del viejo camino a la playa. Como vivíamos muy cerca del mercado, desde chiquita le agarré el gusto a comprar las cosas ahí, a conocer a los puesteros y todo eso. Hasta la fecha me encanta ir al súper, al mercado y a los tianguis (que en mi puerto llamamos rodantes). La mejor experiencia en los tianguis definitivamente la he tenido en el DF, donde uno encuentra de todo y los puesteros adulan y dan ofertas y pilón y los precios suelen ser decentes (mi mamá hasta la fecha habla con nostalgia de nuestros domingos en el tianguis de Calzada del Hueso, y las veces que ha vuelto de visita siempre exige ir aunque sea a caminar por ahí). De niña lo que más me gustaba de ir al mercado municipal de Tampico o de Madero era ir al puesto de las cremas y quesos, donde una señora me daba una tostada que sumergía en la crema fresca de rancho y luego espolvoreaba con queso molido fresco (una variedad que sólo se consigue en la huasteca). Ahora es raro que den probaditas de crema así, a veces en el mercado pasa pero ya sólo son totopos y no tostadas completas, y eso con suerte. Anoche soñé que comía de nuevo esas tostadas, deliciosas, y soñé a mis padres y me di cuenta de lo mucho que quiero estar en casa (el calor arriba de 35°C que nos ha estado achicharrando últimamente por aquí es también un aliciente, aunque en casa dicen las cosas no estén ni tantito mejor).

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De vez en cuando todavía me asaltan temores en mis sueños. Sueño que amo y de pronto me doy de bruces al descubrir que no soy correspondida y que me rechazan con desprecio. Y en eso despierto, abro los ojos, veo a mi alrededor y me siento inmensamente feliz de saber que mi realidad es totalmente diferente. Yo no soy mis pasadas circunstancias.

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