La temporada de bodas se acerca inminentemente. Para variar, mal timing; bueno, a dos de estas bodas no he sido requerida por razones de logística, pero a la que más quiero ir, a pesar de ser a mitad del verano, no coincide con mi periodo vacacional. Una pena, porque me emocionó mucho cuando me enteré del compromiso y cuando MN y MR me escribieron para lo de la invitación, la cual recibí el sábado en la mañana. Luego poquito después fui a un almuerzo-despedida-de-soltera-de-niña-bien con mis compañeras del departamento. Es curioso reunir en un lugar a un puñado de mujeres economistas hablando de bodas y esas cosas, y es muy chistoso cuando ocurre el inevitable cambio de conversación a las asignaturas para dar clases este verano, los problemas de lidiar con los asesores o una que otra cuita en relación al 2nd/3rd/job-market paper, según el caso. Todo eso entre el revolotear de vestidos de verano (sí, nuestra primavera en realidad nos dura lo que un suspiro), ensaladas, sandwichitos, vino espumoso y ponche de frutas con sorbete de naranja. Claro, para no variar ni perder la costumbre, Karina hizo su mal comentario en mal momento con la persona menos indicada... mi capacidad de interacción social es a veces muy limitada :( En general hablo poco y observo mucho, observo mucho a las mujeres porque yo a veces siento como que no las entiendo mucho así en colectivo (no tengo hermanas, en mi familia hay más niños que niñas, y mis amigas... mis amigas son más como yo :P). Lo que me llamó la atención esta vez en este contexto fue esa como propensión femenina de hablar mucho de sus parejas, así de están hablando de cualquier tema blablaba y alguien sale con "sí, como hizo/dice/le pasó a fulanito..." y a continuación todas las demás salen con lo que su respectivo fulanito hace/dice/le pasó; eso o esa posesión que tienen al hablar, una especie de dominación en el lenguaje, eso es un poquito más difícil de explicar, pero parecieran intercambiar anécdotas de sus vidas en común en donde quede de manifiesto quién de los dos lleva las de ganar. O bueno, no sé, quizá yo exagero, quizá yo estoy mal. Quizá yo también soy así y ni me doy cuenta (¿no dicen que uno encuentra molesto en los demás los defectos propios?), pero a mí no me gusta hablar de mis cosas o del universo que comparto con quien comparto mi vida. Me preguntan y yo generalmente sólo sonrío. Es extraño, pero así es.
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En la revista Time de esta semana salió publicado un artículo sobre el proyecto del economista R. Fryer. Se trata de un experimento de campo con una muestra de escuelas en cuatro estados de EEUU en donde ciertos centros escolares recibieron tratamiento y otros no. El tratamiento consiste en otorgar una serie de incentivos monetarios a los alumnos en función de su desempeño académico, asistencia a clases y buena conducta. A fines del año pasado leí que algo similar se pretende hacer en algunos lugares de Francia, pero este estudio en Estados Unidos es parte de unas pruebas piloto que algunos distritos pretenden implementar en caso de que se compruebe que los resultados son exitosos. A pocos años de haberse instaurado, los resultados son ambiguos, y varían según el tratamiento aplicado. Si quieren leer al respecto el artículo de Time se encuentra aquí y el documento de trabajo completo publicado en el NBER está aquí (bastante más técnico, aunque de descarga gratis si están en México). En fin, lo que en realidad quería destacar a propósito de este experimento, es que ha sido terriblemente criticado por todos aquellos abogados del "los niños deben estudiar por el simple hecho de que debe interesarles aprender", o sea que el aprendizaje es una recompensa en sí misma. Fryer mismo, es una prueba del poder de la automotivación para hacer las cosas, sin necesidad de agentes o premios externos que incentiven tus acciones. Yo también creo uno debe hacer las cosas porque quiere hacerlas, si no, es una reverenda pérdida de tiempo y de energía para el individuo en sí y para los que tienen que interactuar con él. Sin embargo, le dejo el beneficio de la duda a este proyecto y esperaré a las evaluaciones de mediano plazo. Sin embargo, si partimos del hecho de que la remuneración monetaria es suficiente incentivo para que la gente haga lo que tiene que hacer, no me explico cómo es que en mi país pasan cosas tan atroces como el fracaso de los programas de prestación de servicios, aún los más básicos. Lo digo respecto al pseudo-reportaje que publica El Universal en línea hoy (no me gustan los reportajes de ese periódico pero al menos son de acceso libre y de algo me entero) sobre el Seguro Popular. Voy a sonar como todos estos monos snobs que les gusta andar dando sus opiniones autocitándose, pero bueno: en diciembre de 2003 preparé un documento de evaluación sobre la viabilidad financiera del Seguro Popular, que en realidad era una extensión de la tesis de Fernando Carlos, pero ésa es otra historia. Según mis cálculos sobre gastos catastróficos en salud de las familias más pobres, y considerando la infraestructura existente en el país, el presupuesto federal asignado al programa más las potenciales contribuciones de los estados y de sus afiliados, serían insuficientes para dar protección a la población sin acceso a servicios de salud. A juzgar por lo que dice El Universal, mi argumento es incorrecto: el problema no es una cuestión de financiamiento, porque dinero hay y seguirá fluyendo, sino de organización, e insisto una vez más, de la bendita voluntad. Los régimenes estatales que organizan el seguro popular son un caos lleno de ineficiencias y, de manera similar a como ocurre con el Fondo Nacional de Desastres, una vez que sale de las arcas federales, el dinero se "pierde" entre laberintos burocráticos y manoslargas corruptas. Sí, supongamos que la corrupción es ineludible, ¿pero a estos niveles en el país que supuestamente es la 15 economía del mundo, donde 70% de la población vive bajo alguna categoría de pobreza y donde más del 40% no tiene acceso a servicios de salud? Blablabla, lo de siempre, jodidamente lo de siempre ¿por qué no podemos hacer las cosas bien? No es tan difícil, para eso nos pagan. Ponle tú que ahora no recibas el gran sueldo que crees merecer, pero si todos hiciéramos bien nuestro trabajo, viviríamos en una sociedad más equitativa, seríamos más sanos, produciríamos más y viviríamos mejor. Y ahí voy de nuevo con mis utopías, pero ¿acaso no creen que si funciona en Suecia o Chile, no podría funcionarnos también a nosotros (y por poner un ejemplo, que tampoco digo que ahí la vida sea perfecta, pero digo, las cosas en México no están bien)? Alguien dijo por ahí que si los diputados y senadores no contaran con sus súper seguros de gastos médicos mayores y tuvieran que usar el IMSS, el ISSSTE o el Seguro Popular, otro gallo nos cantara; lo mismo se mencionó respecto a si Felipe Calderón viviera en Ciudad Juárez. El velo de la ignorancia de Rawls. A veces me gusta pensar que la reencarnación existe, a ver si así, sufriendo de veras las carencias, muchas de ellas por un montón de incompetencias ajenas, por ahí de nuestra quinta vida nos vamos dando cuenta que todos ganamos si aprendemos a cooperar, si aceptamos hacer nuestro trabajo bien. No porque nos paguen, sino porque eso es lo que debemos y queremos hacer.
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