Empecé este blog hace cinco años a meses de empezar una serie de mudanzas, así que coincide graciosamente que hoy regrese en una nueva ubicación. No nos movimos mucho, pero del desierto al mar hay mucha diferencia. Quisiera decir que de alguna manera regreso a los orígenes, pero el Pacífico es muy diferente del Golfo. Así que lo mejor es aceptar que estamos en un lugar nuevo, y tomarlo como viene. Lo cual es un poco difícil porque, con poquísimas excepciones, cuando empiezo algo nuevo tiendo a buscar las similitudes con cualquier elemento del pasado que pueda sacar de la memoria. Es lo que me hace "ver" en todos lados a personas que obviamente no viven aquí, y es lo que me hace comparar a San Diego con Tampico (no hay punto de comparación, a menos que uno considere el mar, y de ahí me puedo aventar una perorata de cómo no son lo mismo), o a San Diego con Río de Janeiro, por aquello del mar y el montón de colinas, pero Río es mucho más verde, mucho más bonito y no tiene el laberinto infinito de carreteras que afean tanto a California. Porque eso me vuelve loca. A pesar de haber conseguido un lugar para vivir en un vecindario muy mono, las carreteras lo rodean todo, que es difícil saber cuándo empieza y termina una ciudad, y me exprime el corazón y hace que el cortisol se desestabilice cada vez que usamos el coche. Lo detesto. Sólo por esa razón no me gustaría vivir en California. Fuera de eso, no tendría ningún problema. A menos que tuviese que ser en el desierto (Indio, Riverside, Victorville), porque eso sí, para desiertos, el de Arizona. Ah, ¡cómo voy a extrañar Tucson!
Voy a comenzar mi historia con la moraleja: reniega lo que quieras, pero siempre intenta algo que te saque de tu zona de comfort. Mi historia, en realidad, ya se la saben: yo no quería ir a Arizona, pero era el único lugar que me ofreció una beca. Me pasé casi dos años renegando de mi suerte, y no fue sino hasta que empecé a hacer caminatas en el desierto que descubrí la maravilla de vivir en él. A cinco años de haberme mudado a Tucson, y a una semana de haberme mudado a California, no exagero cuando digo que mi corazón se ha quedado en Tucson. En esos cinco años de vivir en el desierto (y no meramente el hecho de vivir en el desierto, pues; obviamente fue el montón de eventos y circunstancias que acabaron aconteciendo a raíz de mi estancia, pero el punto es que para mí vivir en el desierto significa ahora vivir bajo condiciones que originalmente no consideré óptimas) me enseñó a ser humilde y a encontrar la belleza en lugares insospechados. Aprendí a vivir en soledad, pero también me dió muy buenos amigos. Uno puede estar acompañado en muchas circunstancias poco convencionales. Hubo un tiempo en que mis únicos amigos fuera de mi familia eran Isami-san y Duende, con quienes hablaba casi todos los días, pero a quienes no he visto en persona en muchos años, creo que gracias a ellos no perdí la fe en las personas. Fue ahí donde también me acerqué de nuevo a Dios, con una fuerza y una fe que nunca antes había experimentado, y con una necesidad tan grande de entregar mi vida para el propósito por el que fui creada. Y fue ahí donde encontré a mi esposo, en el momento adecuado, a pesar de conocernos de tanto tiempo atrás. Tucson es el lugar donde comencé mi propia familia, no sólo porque ahí Will y yo nos casamos y nuestras familias se conocieron la semana de nuestra boda, sino porque ahí también eché raíces en la forma de amigos queridos y cercanos. Esta experiencia también me enseñó que en realidad no quiero ser economista tanto como yo creía, pero eso es algo con lo que debato un día sí y otro no. En todo caso lo que he aprendido es que la vida que quiero es una vida balanceada que deje algo bueno a los demás. Y lo demás sigue siendo un trabajo en progreso.
Todo esto viene del hecho que, después de unos días de luna de miel enamorándonos de San Diego, la realidad de ir a trabajar y re-familiarizarse con la vida en una gran ciudad y tiempos de transportación de casi una hora que implican largas caminatas (caminatas, ¡sí! lo único de lo cual no me quejo en absoluto), etc. me hizo acordarme de una de mis citas citables favoritas: Life sucks no matter what, so don't be fooled by location changes. -Daria Morgendorffer. La cuestión es que ahora ya no juzgo la ciudad por su cubierta, sino por mi apertura a disfrutarla (y a sufrirla, y sobrevivirla, pero, sobre todo, vivirla). Y lo demás es lo de menos.
Seguiremos informando.
Sean felices, tengan días buenos.