Aunque a veces no sé muy bien por qué me cuesta tanto el regreso. Pero dicen (al menos lo decía JCR), que eso nunca es una experiencia anodina...
Antes era mi hermano, juegos de poder, supongo, deplazamiento de atenciones, recursos o algo así, pero nos costaba acomodarnos en la misma casa por una semana o dos; si es que llegábamos a coincidir. Ahora ajusté todo (empezando por mis fechas de viaje y mi calendario de trabajo) con tal de llegar a verlo antes de partir, y sólo por verlo dos días. Dos días en los últimos seis meses, y confórmate con eso, porque con suerte, de nuevo, quizá en Navidad. Y yo cargando aún más huecos.
Ahora, o últimamente, es sobrevivir al suplicio de sentirme como una cría por las maneras en que me tratan, como si tuviese cinco años, como si el mundo girara alrededor de mí y de mis caprichos. Eso, o el opuesto contrario: escuchar, buscar soluciones, resolver.
Lo peor es llegar con la maleta perdida en sabrá Dios dónde, recuperarla justo a tiempo para desempacar y empacar de nuevo y partir a ese cacho de tierra de los orígenes, a rendir tributo al abuelo caído, sobre una loza que ni siquiera tiene su nombre, ante la cual ni siquiera dejamos una oración (las flores, ésas no cuentan). Y el reencuentro con esas raíces resulta en una bofetada, en unas ganas de querer no estar ahí, en el creciente fastidio por tratar de hacer oídos sordos a los innumerables comentarios a propósito del sobrepeso, la edad, la soltería, la ausencia de hijos y la incomprensión por la carrera elegida. Mi abuelo nunca entendía, pero al menos me hacía reír. Lo extraño. Pienso en que no quiero regresar más. Pero me gusta el color de esa tierra fértil, me gusta quedarme en el corredor mojando mis pies con el agua de lluvia, las pitayas en el mercado, la pulpa de guanábana, los caminos rodeados de verde, las casitas todas iguales, los chanchamitos de la esquina, los ojos de mi abuela al despedirnos.
Nunca puedo estar al 100% en el mismo lugar, y mi corazón se reparte en cuatro puntos cardinales.
Busco silencio, aire fresco, soledad, para ver por la ventana, para leer con tranquilidad; pero leer me hace añorar los ratos tumbados entrelazados con diferentes libros en las manos, o con las historias que me lee porque yo me he vuelto lenta y desidiosa. Y me pierdo en el arte de extrañar y recordar, aquí y allá.
Estoy y no estoy. Y mi corazón se envuelve en un aura de saudade.
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