lunes, julio 5

miscelánea

Hice mi primer año de la preparatoria en una escuela que odié con todas mis fuerzas como pocas cosas en la vida. En poco tiempo me di cuenta que mis amigas de la secundaria y yo cambiamos de formas muy diversas (o quizá más bien ellas cambiaron y yo no) y el resto de la gente me parecía insulsa y aburrida. Pasé la mayor parte de los recesos comiendo mi sandwich en el salón mientras leía libros o avanzaba tareas o mi trabajo de becaria, y así fue como empezó mi relación con un par de outcasts como yo que recuerdo con mucho cariño. A era una chica rarísima que medía como 1.85m y pesaba como 150kg y usaba tacones de 10cm, decían que tenía una serpiente y/o una tarántula en su casa como mascota, no tenía más amigos que su madre, de quien era inseparable, y tenía una lengua mordaz pero a la vez era bastante ingenua una vez que bajaba la guardia. Era, sobre todo, una fanática del teatro, en particular de los musicales de Andrew Lloyd Weber, y ella misma estaba escribiendo una novela de misterio de la que saldría un musical. No sé si éramos amigas pero al menos me tuvo la suficiente confianza para prestarme su manuscrito para revisarlo. Uno de los dos descansos que teníamos al día lo dedicábamos a discutir mis impresiones sobre su historia y sobre el giro que debía darle a los personajes o a la trama; a veces me contaba de las obras de teatro de Broadway a las que había ido en el viaje de cumpleaños que hizo con su madre a NY por sus 15, y una vez hasta me enseñó fotos de todos los viajes que había hecho por el mundo. Ella también odiaba esa escuela y finalmente se cambió a otra preparatoria donde sacó la prepa abierta e hizo la carrera de nutrición en tres años. Mi otro amigo era Lalo, a quien muchos consideraban un ñoño y a quien yo creía un pequeño genio en potencia que me hacía reír y a quien yo le tenía mucho cariño. Él estaba convencido de que podría construir una réplica de una bomba de la segunda guerra mundial a partir de unos planos que había bajado de internet. Lalo fue de las pocas personas de quien me despidí cuando me mudé al DF el siguiente verano, y durante el resto de la preparatoria solíamos hablar por teléfono a larga distancia de vez en cuando, y nos mandábamos emails una vez al mes (él fue quien me ayudó a abrir mi primera cuenta de correo electrónico ¡en hotmail en 1996!) y nos juntábamos para tomar café cada que yo volvía a Tampico. Después se mudó a Monterrey para estudiar biogenética y crear un ejército de changos voladores, o algo así, plan que dejó de lado para mejor casarse luego de terminar la carrera de quién sabe qué. VA se cambió de escuela durante el primer semestre y aunque me partió el corazón, también nos despedimos antes de que yo me fuera al DF. La última vez que vi a DP fue cuando lo ayudé a estudiar matemáticas para su extraordinario en diciembre de 1996, él murió años después en un accidente en carretera, y por alguna extraña razón a veces en la calle me cruzo con chicos que me recuerdan a él, cosa que también a veces me pasa con Steve, y olvido que ya no están físicamente entre nosotros. Otra de mis tutoreadas era AC, una chica linda y de buenos sentimientos pero con poco sentido común, por decir lo menos; gracias a ella, sin embargo, fue que conocí muchos de esos detalles de la alta sociedad porteña que yo denostaba pero en el fondo de mi corazón adolescente a veces moría por vivir. Sé que de vez en cuando salía con mis amigas de la secundaria, pero me aburría infinitamente, y de ninguna me despedí cuando me marché; fue casi a punto de terminar la prepa que volví a conectarme con ellas, sin significativos altibajos hasta la fecha. Guardo uno que otro recuerdo de ese año nefasto en esa escuela del mal, pero definitivamente tengo en la memoria una que otra enseñanza de la terrible educación que también recibí ahí (pésima relación calidad-precio, por cierto). Y toda esta cantaleta viene por una de esas clases de filosofía de ahí, en donde destacaban la importancia de saber separar lo contingente de lo necesario, cosa que últimamente veo que nunca he terminado de aprehender.

*

Cada vez me convenzo más de que después de vivir aquí puedo ser capaz de vivir en donde sea, bajo las circunstancias que sean (sí, a veces me sobreestimo con ganas). De lo que sí estoy segura es que estos tres años en Tucson me han ayudado a saber apreciar el significado de los pequeños detalles, a saber valorar lo que es importante, y a entender que en verdad no se necesita de mucho para ser feliz.

*

Mi manía por buscar patrones hace inevitable el percatarme de que pareciera que cada vez que mi corazón vuelve a latir, la distancia hace irremediablemente de las suyas.

*

"El amor infantil sigue el principio: Amo porque me aman. El amor maduro obedece al principio: Me aman porque amo. El amor inmaduro dice: Te amo porque lo necesito. El amor maduro dice: Te necesito porque te amo."
-Erich Fromm, El arte de amar.

No hay comentarios.: