Semana número tres.
Nunca en mi vida había deseado tanto que fuese viernes. Desde hace por lo menos 23 años he ido a la escuela o al trabajo y nunca esperé con tanta impaciencia el fin de semana. Tres de la tarde y acabo exhausta, para las cuatro, una vez libre de mis horas de oficina, me estoy muriendo de hambre y de sueño mientras me debato entre buscar algo para comer o esperar a que sea una hora decente para cenar. Me pongo de malas o trabajo como loca hasta que WR empieza a rondar por ahí, y entonces el mundo se puede caer a pedazos y yo tendré aún algo de esperanza y una sonrisa con mirada pispireta. Y entonces el sol sale de nuevo y la vida recupera su sentido. Y aunque jure que trabajaré como loca sábado y domingo para no sufrir entre semana, es difícil priorizar en lo que se debe cuando se prioriza en lo que se quiere.
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Demasiado romántica para ser economista, es el título de un texto que tengo en mente desde hace tiempo y que siempre que se me llena la cabeza de ideas nunca tengo una computadora o algo donde escribir mis notas a la mano. Ash.
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Tres semanas más. Mi vida definida de tres en tres. Contando los días para irme, y desde ya contando los días para volver.
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