Mi amiga Lu, que es argentina -pero muy mexicana, decía de los mexicanos que somos raros por aquello de que a pesar de tener treinta/cuarentaytantos años somos fieles a los gustos musicales de nuestra adolescencia, a propósito del hecho de que una buena boda que se respete de haber sido una buena fiesta (independientmente del presupuesto) debe haber incluído música de Timbiriche, Menudo y todas esas maravillas del pop en español de los '80 y '90, y esta conversación salió por aquello del concierto del reencuentro de Timbiriche hace algunos años (y ahora hasta me entero que Sasha, Benny y Erick armaron un trío y cantan juntos... qué cosas). Me declaro culpable de esa aseveración y aún peor: cuando estoy trabajando editando interminables bases de datos o tablas y mi cerebro pide tregua, me encanta escuchar de todo: pop/rock de adolescencia, incluyendo los primeros discos de Maná/Molotov y cosas de ésas, mezclado con cumbias, Selenareinadeltexmex y banda. Pero hoy lo que me duele mucho es que queriendo recordar canciones que me gustaban en la secundaria, específicamente Caifanes/Jaguares, recurrí a un disco que conseguí hace algún tiempo de recopilación de Jaguares, y escuchándolo me cae el veinte de que los años no pasan en vano y que hasta duele aferrarse al hecho de que las cosas cambian. Duele escuchar la otrora gran voz (al menos para mí) de Saúl Hernández casi desaparecer al forzarla tanto para cantar lo que ya no puede, o encontrarse con ese horrible saxofón en esa versión que hacen de Viento. Triste ¿no?
Por algo todo ha de tener su momento y es dejarlo mejor así, qué necesidad de andar revolviendo cosas del pasado. Creo.
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