domingo, marzo 3

De Estrellas de los noventa y El espacio de cositas

Cuando estaba más chica veía ese programa con mi tía Malena. No sé qué tan certero sea, pero creo que recuerdo que el refresco Fanta los patrocinaba, y ése es el tipo de cosas que recuerdo particularmente porque nosotros no teníamos Fanta en Tampico (teníamos -y aún tenemos- Escuis, creación y orgullo regional).
Dejando de lado el programa ése, el título viene a colación porque hoy que es sábado y al parecer ni yo ni ninguno de mis vecinos trabaja, y no puedo evitar sentir que este edificio de diez departamentos cumple la premicia básica de una serie típica de los noventa dirigida a veinte/treintañeros: Melrose Place.
Tenemos a oficinistas, entrenadores de gimnasio, meseras, gays, parejas casadas o viviendo juntas, amigos compartiendo piso, no uno sino dos aficionados a tocar el saxofón, y gente viviendo con perros. No sé a qué se dediquen todos en realidad, pues aunque a todos los conozco (obviamente no porque yo llegué a presentarme, sino porque Will es súper amigable y saluda a todo mundo) no sé detalles de sus vidas. Sólo sé que los sábados hay que rezar para que nuestra única lavadora y secadora esté libre y pueda usarla, y para que mi bestial vecino de arriba no haga más ruido del tolerable. Fuera de eso es la típica dinámica de la gente un sábado: ir al súper, abrir las cortinas y ventanas, lavar la ropa, vestirse en fachas, dejar a los perros afuera, y tener todos los coches en el estacionamiento (un gran contraste con nuestro departamento en Tucson, donde el estacionamiento está totalmente vacío durante los fines de semana).
Mi rutina de los sábados generalmente consiste en levantarme tarde (más últimamente que no puedo dormir por trabajo o por insomnio), limpiar un poco, cocinar para la semana y teminar algún proyecto de costura. Sí, mi reto de esta parte del año ha sido aprender a coser a máquina y ha sido no sólo un gran pasatiempo, es súper relajante y lo mejor es que al final obtengo algo útil que puedo usar o regalar. A mí me gustan las cosas prácticas y útiles. Es la razón por la que no me gusta hornear pasteles y galletas tanto como me gusta cocinar cosas que vamos a comer y nos van a nutrir por días, y creo que también es la razón por la que prefiero coser a bordar o tejer.
A mí me da risa que después de pasar toda mi infancia y adolescencia renegando de ser una niña bien y aniñada, vistiéndose de rosa o con vestidos y haciendo cosas bonitas, odiando con todas mis fuerzas las idas a las tiendas de telas (en Tampico le decimos ir a Parisina, cuando en el DF le dicen ir a La Parisina) tanto como tener que acompañar a mi papá al taller mecánico cada vez que nuestro volchito amarillo del '87 se descomponía, y sin comprender la necesidad de mi mamá por hacer manualidades... pues nada que eso es justamente lo que me gusta hacer ahora.  Me encanta el color rosa (siempre que sea el tono adecuado), me encanta usar faldas y vestidos (pero no calzar tacones) y me encanta hacer cosas para la casa (sí, supongo que también ya me estoy convirtiendo en señora).
El miércoles pasado presenté mi trabajo en un seminario abierto al público y anunciado en toda la universidad. Fue un evento que me tenía súper nerviosa y muerta de miedo, pues la persona que comentó mi trabajo es un economista experto en el tema y una de las razones por las que quise venir aquí. Al economista experto en el tema le gustó mi trabajo y reconoció las peripecias que he hecho para defender que vale la pena mi análisis, me dio sugerencias para mejorarlo, y tantas ideas que básicamente puedo escribir unos dos o tres papers más, si es que alguna vez termino éste, y eso fue una gran satisfacción personal. Pero no miento al decir que muy probablemente, esa satisfacción compite fuertemente con el sentimiento de logro que tengo cada vez que termino un proyecto en la máquina de coser :)
Y aquí es donde esa magia ocurre los fines de semana (mesa plegable abandonada en un garage que funge como comedor, escritorio y mesa de coser y planchar, según el caso):


Sean felices. Tengan días buenos.

viernes, marzo 1

foreveando

Mi amiga Lu, que es argentina -pero muy mexicana, decía de los mexicanos que somos raros por aquello de que a pesar de tener treinta/cuarentaytantos años somos fieles a los gustos musicales de nuestra adolescencia, a propósito del hecho de que una buena boda que se respete de haber sido una buena fiesta (independientmente del presupuesto) debe haber incluído música de Timbiriche, Menudo y todas esas maravillas del pop en español de los '80 y '90, y esta conversación salió por aquello del concierto del reencuentro de Timbiriche hace algunos años (y ahora hasta me entero que Sasha, Benny y Erick armaron un trío y cantan juntos... qué cosas). Me declaro culpable de esa aseveración y aún peor: cuando estoy trabajando editando interminables bases de datos o tablas y mi cerebro pide tregua, me encanta escuchar de todo: pop/rock de adolescencia, incluyendo los primeros discos de Maná/Molotov y cosas de ésas, mezclado con cumbias, Selenareinadeltexmex y banda. Pero hoy lo que me duele mucho es que queriendo recordar canciones que me gustaban en la secundaria, específicamente Caifanes/Jaguares, recurrí a un disco que conseguí hace algún tiempo de recopilación de Jaguares, y escuchándolo me cae el veinte de que los años no pasan en vano y que hasta duele aferrarse al hecho de que las cosas cambian. Duele escuchar la otrora gran voz (al menos para mí) de Saúl Hernández casi desaparecer al forzarla tanto para cantar lo que ya no puede, o encontrarse con ese horrible saxofón en esa versión que hacen de Viento. Triste ¿no?
Por algo todo ha de tener su momento y es dejarlo mejor así, qué necesidad de andar revolviendo cosas del pasado. Creo.