viernes, enero 18

La primera vez que fui al cine sola fue durante mi primer semestre de la licenciatura. No recuerdo la película, sólo que era un viernes y que esa noche salía a Tampico. Tenía toda la tarde libre y ya no me podía concentrar en nada, así que necesitaba matar tiempo. En ese entonces vivía en Cuajimalpa y el único cine cerca era el del centro comercial Santa Fe. Cómo odio ese lugar, por cierto. La función era a las tres. También lo recuerdo porque a partir de entonces la agarré de irme al cine antes de tomar mi ADO. Pero esa primera vez fue bastante incómoda, me sentía lo que hoy llaman "una loser", y me sentía súper sola (de las cosas que agobian a uno a los 18 años...). Sin embargo, una vez pasada esa primera experiencia, me hice inmune a ser de las pocas personas solas en una sala llena de grupos y parejas (con excepción de la vez que fui a ver Bridget Jones 2 y había que hacer fila para entrar a la sala y como les había puesto salsa a mis palomitas me las tuve que comer parada en la fila...).

Todo esto para decir que hace mucho que ya no me molesta ir sola al cine, sino todo lo contrario. Hoy fue una de esas veces en que me emocionaba ir a ver una película que solo yo quisiera ver y sentarme a mis anchas a disfrutar yo sola de mi bolsa de palomitas. Dejé temprano la oficina y pensaba ir a correr, pero después recordé que podía alcanzar el early bird deal en el cine que está cerca de mi casa. Un cine súper lindo que me hizo figurarme lo que quizá el extinto Plaza Condesa hubiese lucido en sus mejores años. ¡Palomitas con mantequilla de verdad! Oh, eso sí que es un lujo (razón por la que he de salir a correr mañana sin falta), y una sala casi vacía. Pequeños placeres de la vida. En los últimos cuatro años he vivido en lugares que me quedan lo suficientemente cerca de pequeños cines independientes para poder ir caminando. Una cosa más para poner en mi wish list de características que quiero para cuando nos mudemos a un lugar estable.

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