domingo, junio 12

Boda

Cuando tenía 10 años le dije a mi mamá que yo no me quería casar, que no le veía razón de ser al matrimonio. Y mi mamá hizo lo que toda madre sabia hace cuando su hija dice burradas: ignorarme. A los 16 estaba frustrada porque todas mis amigas de la prepa tenían o habían tenido novio, y a mí nadie me pelaba. El estar en una escuela de monjas con mayoría femenina no hacía las cosas más fáciles. Poco antes de los 18 me llegó la primera propuesta matrimonial, no muy en serio pero sí considerada, y supongo que nunca en mi vida me comporté tanto como mujer empancipada como en aquella ocasión, pues me di cuenta que no estaba en posición de sacrificar mi tiempo y mi incipiente carrera por algo que no tardaría en disolverse. Un truene dramático con tonos tragicómicos fue seguido de un largo periodo de prueba y error y de mucho autoconocimiento. Cometí muchos errores pero la pasé muy bien, o al menos guardo muchos buenos recuerdos, para eso va también uno a la universidad. Y fue hacia el final de mis años en la universidad cuando me enamoré de tal manera que perdí literalmente el corazón y la cabeza. Cuando repaso esos cinco años se entremezclan muchas sensaciones, la que predomina es algo así como desazón, a falta de una mejor palabra que exprese la idea que tengo de esta cicatriz que me quedó (difícil evitar el tono dramático, pero no exagero). La manera en que terminaron las cosas, con muchas verdades a medias y no pocas mentiras arrasó con casi todas las buenas memorias, pero hoy me siento en paz. Los errores fueron mutuos. Y a veces pienso que quizá así tenía que ser. No reniego de nada, porque he disfrutado mi vida y bastante. De ahí siguieron otros dos años, tratando de recoger los cachitos de mí que quedaron y tratando de volver a tener algo de fe en el futuro, volviendo a cometer muchos errores, pero sobre todo haciendo las paces y aprendiendo a vivir conmigo misma. Y una vez más, dieciocho años después, volví a pensar que nunca me casaría, pero esta vez la idea me sentaba bien, porque mi evidencia empírica me hacía pensar que si me casaba sería con alguien que no me quería o que se quedaba conmigo porque no sabía cómo decir que no quería estar conmigo, o peor aún, que me hacía creer que se quedaría conmigo y sólo me daba largas porque yo nunca dejaría de ser la otra, o algo así.
Y entonces decidí que ultimadamente pasaría lo que tenía que pasar y me rendí, dejé de esperar, para bien y para mal. Ese verano antes de cumplir 28 años supe que la gente que de verdad me importa y que amo más que nada en este mundo no iba a estar siempre conmigo, y que sólo me quedaba vivir el hoy. La cercanía de la muerte me hizo valorar más la vida, porque el futuro es tan incierto que sólo nos queda disfrutar plenamente el hoy. Y de vuelta a mi terapia ocupacional, le vi nuevo sentido a la vida. Y fue entonces cuando la vida me sorprendió.
Ahora sé que todo esto tuvo que pasar para que ambos maduráramos lo necesario para encontrarnos y estar juntos. A pesar de conocernos desde hace casi cuatro años, hace cuatro años era impensable que una mera coincidencia nos uniría. He salido de mis zonas de comfort un montón de veces en los últimos dos años y por primera vez tengo junto a mí a una persona que incondicionalmente está conmigo para enfrentar todos los retos que la vida diaria nos trae. Ha sido la aventura más extraordinaria de mi vida, y es apenas el principio. El viaje del que recién regresamos ha sido una muestra más de que esto es lo que tenía que ser y de pronto todo cuadra y la gente tiene razón cuando dice que nunca me vieron más feliz.
En este fin de semana que no está, el primero que pasamos separados desde enero, ha sido la primera vez en que siento cómo una parte de mí se fue con él, y a la vez, cómo su presencia habita todo a mi alrededor. A veces pienso que es una locura planear una boda en tan poco tiempo, con poco presupuesto, lejos de la mayoría de mi familia, en una ciudad en la que ninguno de los dos propiamente pertenece, en medio de tanto trabajo. Pero ¿para qué esperar? No necesitamos nada más. Finalmente encontré mi hogar. Y estamos a punto de llegar a casa.

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