miércoles, enero 13

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Ya llevo ocho horas en la biblioteca haciendo prácticamente nada, aunque en realidad ha sido una cuestión más de disfrutar mis ganas de estar sola. Pasé tres semanas maravillosas en casa con la gente que más quiero en este mundo, pero también es cierto que mi gente es muy demandante y yo muy condescendiente y que el hecho de que fueran las fiestas de fin de año y yo con trabajo pendiente pues que en realidad dormía un promedio de cinco horas diarias y en más del 60% de las actividades que hacía me encontraba acompañada. Y no es que me esté quejando pues, sino que más bien a veces me la vivo de extremo a extremo y necesitaba estar un rato en este lado de mi espectro social. De vuelta en mi pueblito sureño (o del norte, según el punto de referencia) me siento algo culpable de tener soleadas temperaturas de primavera cuando hace unos días allá en mi puerto o en mi ciudad del caos me moría del frío. Esos extremos no me gustan y hasta ganas me dan de dibujar un solecito con crayolas de perdido pa compartir por allá.
Entre las cosas que he estado haciendo hoy ha sido cotizar una Mac. Sí, después de años e infructuosos intentos para hacerme cambiar, de parte de amigos, conocidos y sobre todo el querido Isami-san, la única persona capaz de clavarme la espinita de "sí, yo quiero ser chica Mac" ha sido mi asesor, a quien deberían pagarle por tan buena campaña publicitaria. Para echarle más leña al fuego a eso de dudar de las capacidades de una PC, la semana pasada D me hablaba de todas las maravillas del software libre y todas las debilidades de Windows, y yo, que soy una cabeza dura irremediable pero con memoria fotográfica para las charlas que disfruto y que repaso en mi cabecita y en mi corazón una y otra vez, aunque estaba en la necia de que mi súper Toshiba era el non-plus-ultra porque jalaba sin broncas con stata y matlab que es en general lo que más me importa, ahora ya ando con la ansiedad por los cielos porque creo que esta compu ya no funciona, que anda lentísima, y que mi browser falla y que el skype funciona como se le antoja y más quejas que acumulo por minuto. Y pues nada, que luego de ver lo bonitas que son las Mac y lo eficientes que dicen ser, pues que ya, que YA quiero una. AHORA. ¿Algún sponsor distraído por ahí? Hasta estoy pensando, por primera vez en mi vida, que comprar algo a crédito podría resultar atractivo. Imagínese.
En otro orden de ideas, el año pasado en una de esas reuniones de identidad cultural y cosas de ésas, conocí a un cuate que está preparando su tesis doctoral sobre la industria editorial en México y en particular sobre la importancia que se le da al cuento. Según me contaba, es contrastante el hecho de que en un país en donde se lee tan poco resulte más popular la novela (y yo diría que los libros de superación personal) que los cuentos, que en principio podrían resultar más atractivos por su -tradicionalmente- más corta extensión. De ahí empezamos a hablar de los prejuicios culturales en el país y otras ondas así y pues yo bien entusiasmada porque hacía mucho que no hablaba de esas cosas y menos aquí y todo eso, y cuando me di cuenta ya estaba yo hablando con autoridad y conocimiento de causa que hasta me preguntó que si yo escribía también y cuando le respondí que no dijo que parecía que tenía ganas contenidas por hacerlo. En fin. La cuestión es que yo a veces me pongo de defensora porque a mí me gustan mucho los cuentos y el lunes en la tarde que me pongo bien mona a darle mi cátedra a cierto policía en el aeropuerto mientras la bordel patrol o algún fulanito de migración esperaba que terminara mi explicación y yo me diera el tiempo de responder a las preguntas correspondientes de a qué cuernos estaba viajando a Arizona (tipo amable en realidad, el año pasado me pusieron aparte y casi me piden que les diera mi tema de tesis con todo y abstract). Resulta que llevaba en la mano mi tomo enorme de los Cuentos Completos de Julio Cortázar, el volumen uno (que encontré por obra y gracia en El Sótano que está enfrente de la Alameda Central después de que con la bolsa tumbara una torre de libros que por recoger tuve que agacharme y pegarme con la mesa donde lo ví; yo buscaba las Historias de Cronopios y Famas que regalé por segunda ocasión y que quería llevar esta vez conmigo y no encontré el libro y de puro coraje acabé comprando no sólo el tomo uno, sino también el tomo dos de los Cuentos Completos -y ahora sí, como diría mi papá, ya me veré comiendo libro a final de mes, porque también me compré La soledad de los números primos de Paolo Giordano, el cual sólo compré porque me enamoré del título desde el instante en que lo vi pero que me acabé en dos días y que no me terminó de gustar, y que además es una traducción que encontré bastante mala, pero ésa es otra historia-). En fin, que llevaba el libro en la mano porque ya no me cabía en ningún lado y el poli del punto de seguridad, mientras su compañera revisaba mi pasaporte, me preguntó en español que de quién era el libro y de qué trataba. Entonces le dije que eran cuentos del argentino Cortázar y entonces me pregunta "¿cuentos? ¿cómo los de Blanca Nieves?" y yo, que no sabía si caerme al suelo y hacer PLOP o darle un librazo de pasada (cosa que no hubiese servido para nada porque el papel que usa Alfaguara así tipo revolución no pesa nada), me puse a explicarle que no, que se trataba de historias cortas y que había de todo, aunque a mí me gustaban más las que eran de fantasía y blabla, y me pregunta que si eran entonces novelas cortas y yo con que no, que tampoco y ya para entonces el otro poli vestido de verde interrumpió como era debido para terminar mi inspección y finalmente me fui, consternada de que la palabra cuento remita a mucha gente a los cuentos de hadas. Y es que a mí cuando me gusta algo suele gustarme que también a los demás les guste, o por lo menos dejarles la espinita de que vale la pena intentarlo y echarle un ojo, y ahora pienso que debí regalarle al poli mi querido librito de Cortázar, un escritor favorito, del que por mucho tiempo no he poseído ningún libro (cosa que me pasa con más de un escritor favorito también).
En fin, hora de volver a casa, que por mucho que nos gusten los cuentos, hoy me aguarda mi primera novela de John Cheever, regalo de un algo-inusual intercambio de libros.

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