Hace poco más de un mes, mi paz y la de mi familia fue amenazada de forma tal que la semilla del resentimiento (contra mi país y las condiciones en las que se encuentra) quería asentarse en mí. No la dejé germinar, pero ese sentir de vez en cuando me llega e insiste en hacerse presente.
Últimamente todos mis días se convierten en una serie de decisiones sobre cómo quiero sobrellevar mis circunstancias, así que por cada pensamiento o sentimiento negativo que me agobia, trato de contrastarlo con una de las muchas cosas y personas buenas que hay a mi alrededor.
Hoy, después de una semana de clima templado de día y noches agradables, feliz de ver nuevamente a mi hermano y mirar a través de su ventana me topé con una de mis vistas favoritas de este puerto tropical. Éstas son dos de las cosas que más me gustan de estar aquí:
1. Ser testigo del momento exacto en el que "entra un norte", cuando de una impresionante calma chicha pasamos paulatinamente a experimentar vientos cada vez más fríos y más rápidos, obviamente provinientes del norte. La piel de pronto se reseca un poco, los pies sudan, en las banquetas se empiezan a formar montoncitos de arena que el aire arrastra mientras también despeina los cabellos. Y por unas horas o unos cuantos días nos olvidamos que las más de las veces tenemos temperaturas arriba de los treinta grados centígrados.
2. Algunos despistados comienzan a hacerlo en pleno diciembre, pero la mayoría ya está lleno para mediados de enero. En el ínter, la vista desde cualquier azotea está plagada de muchísimos árboles de mango tapizados con florecitas que en unos meses más serán jugosa fruta. Febrero y marzo son la prueba a vencer: tradicionalmente meses de constantes "nortes" que se llevan no sólo las flores, sino también ya los manguitos de aquellos que florearon con anticipación. La promesa de ricos mangos en todos lados entre mayo y junio hacen de este paisaje algo aún más alentador.
En fin.
Sean felices. Tengan días buenos.