El doctorado me dejó, entre otras cosas, alrededor de 15 kilos de más. Si consideramos que en la licenciatura había subido como otros diez, aquí concluyo que ya no debería volver a la escuela nunca más. Me descubrí gorda una noche en el reflejo de la televisión y de ahí me di cuenta que ya ni siquiera podía sumir la panza. En mi peso más alto (el cual, de hecho, desconozco) me sentía fatal, así que con disciplina y trabajo en equipo logré bajar un par de kilos para poder sumir la panza de nuevo. Nunca he sido obesa y aún en estos tiempos me encuentro entre los límites del sobrepeso, pero eso no quiere decir que no me quiera mover de ahí. Tampoco nunca he sido flaca y necesito perder como 10 kilos para que se note que he bajado una talla o algo así, según yo por ser de huesos gruesos, pero mis muñecas son tan delgadas que hacen parecer como si mi complexión no debiese ser robusta. Quién sabe. Hace más de un año que cambié mis hábitos alimenticios y que empecé a correr. Mis estudios y chequeos dicen que mi salud se encuentra en buen estado, así que mi motivación para bajar de peso en realidad va más por el lado de la prevención de enfermedades, y de cuidar de mi propio cuerpo. Algún día no muy lejano espero poder ser mamá, y debo aceptar que no seré una mamá joven, así que necesito la mejor condición posible para ser activa a pesar de cuidar de niños pequeños a mitad de mis cuarentas. Me falta un poco más de consistencia, por lo menos una vez al mes tengo un episodio de atasque (o como se dice más bonito en inglés, pig out), pero sé que estoy al menos en la senda adecuada. Creo que desde que llegué he logrado perder ya alrededor de 4 kilos, y espero seguir así. Pero aunque mi cuerpo no es, ni nunca ha sido, perfecto, me gusta. Mi mayor problema es el de tener cuerpo en forma de manzana, lo cual hace de mi panza el enemigo a vencer para evitar que la gente por error crea que estoy embarazada... Pero fuera de eso, me gustan mis formas torneadas y macizas, mis curvas aquí y allá. Sé que nunca seré ni siquiera talla 5, y no me interesa ni me quita el sueño, pero me gusta como soy. Tener 32 años y reconocer que me gusta mi cuerpo y mi compromiso a cuidar de él me hace sentir bien. En medio de mensajes y construcciones sociales que quieren convencerme de cambiar para ser la mejor versión de mí misma como si algo estuviese a priori mal en mí, he aprendido a escuchar a mi cuerpo y a hacer las cosas porque yo quiero, porque les encuentro sentido y porque las puedo hacer a mi manera.
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