Recientemente he descubierto que cada vez que se enferma mi madre, a mi cuerpo le da por mimetizar algunos de sus síntomas, cuando no acabo yo con la misma dolencia. Estos últimos días, pendiente de los avances ahora que está, una vez más, en el hospital, no he podido dejar de darle vueltas a todos estos pensamientos que aunque intento evitar, no me dejan. Mi lógica me recuerda que desde hace cuatro años cada vez que pasamos por algo así puede que sea la última vez que enfrentemos esto, porque hemos agotado nuestras posibilidades y esto es ya el fin. Esa lógica me pone alerta e intenta prepararme para lo peor. Sufro y lloro. Pero trato de seguir con lo que tengo que hacer, aunque esta culpa me taladre, por no estar ahí, con ella. Nuestra lógica nos dice que uno se debe alarmar sólo cuando haya motivos para ello, y por mientras uno espera, así tal cual, a la expectativa de lo mejor y de lo peor simultáneamente. A pesar de que sea una de las personas con las que más discuto y con las que más discrepo, no quiero, ni estoy lista, para perder a mi madre todavía. No es cuestión de edad ni de perfecta compatibilidad de caracteres pero, en muchas historias, nunca es fácil prepararse para un último adiós. Y mientras pienso en esto me convenzo que ésta no será, aún, tal ocasión.
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