viernes, mayo 11

Despedidas

¡Wow! ¡Sí que he estado desconectada del blog! ¡Ya ni siquiera reconozco el editor de entradas!

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Ya se acerca el verano. Pero antes de que llegue, se dejan venir todas las despedidas. Estaba pensando en las graduaciones de la escuela, hasta que recordé que en la licenciatura terminamos en diciembre. Como sea, pero entre más viejo se hace uno, los vínculos se hacen más fuertes y las despedidas calan más.
La graduación será este sábado, pero yo no me gradúo. Aún sigo en la cuerda floja, pero el plan es aventarse un año más, a ver qué pasa. Sin embargo, mi generación se gradúa y es triste decir adiós. Cada año es la misma historia, y cuando vives encerrado con poquita gente a tu alrededor, esa poquita gente se vuelve cercana, y el proceso de domesticación es inminente.
Este año, también, fuimos parte de un grupo bien disparejo que resultó complementarse muy bien. Dios sabe cómo y por qué hace las cosas. Tres de nuestros miembros se mudan a otras partes del país. El martes pasado fue la fiesta de despedida.
Mañana tenemos otra despedida, y en una semana ocurrirá otra más. Muchos adioses. Pero me gusta pensar que cada adiós es una puerta que se abre en otro lugar, el lugar al que se mudan nuestros amigos. Lo cual suena bonito pero tiene mucho de wishful thinking, aún cuando siga en contacto con casi todos.

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De mis amigos de la primaria no tengo contacto con nadie. Estudié la primaria en tres escuelas distintas, a la última fue transferida cuando el año escolar (6to) ya estaba empezado. Seguí viendo a varios de mis amigos de entonces, pero después de que nos mudamos al DF les perdí la pista.
De mi graduación de la secundaria me acuerdo que mi mamá me llevó a comer bocoles al centro al local de Juan Derecho. Yo estaba triste porque estaba enamoradilla del coach de basket y ya no lo iba a ver cuando empezara prepa. Todos mis amigos de la secundaria entraron a la misma prepa que yo, así que por ese lado no había razón para sentir nostalgia. Pero conservé por años mi blusa firmada por todos mis compañeros, y mi colección de chismógrafos.
La prepa la hice en dos escuelas diferentes. Conservo a mis amigas de ambos lugares. Me gradué de una escuela de monjas y nos fuimos de retiro espiritual antes de terminar el año escolar. Las madres tenían una casa hermosísima en Valle de Bravo y la comida era deliciosa. Nos organizaron una cena de despedida con fogata incluída a medianoche. Yo acabé en el hospital, después de desmayarme, pegarme en la cabezota contra la banqueta y convulsionarme... No el tipo de despedida que yo tenía idealizada después de chutarme tantas series preparatorianas gringas. Me encantan las fotos que tengo de mi ceremonia de graduación de la prepa. Era 1999 y el lápiz labial color chocolate me iba muy bien. Mi mamá aún insiste que mi cabello lucía espantoso ese día.
Mi fiesta de graduación de la universidad ocurrió en abril de 2004, aunque habíamos terminado clases en diciembre del año anterior. Yo sentía que mis amigos de la licenciatura y yo estabamos tan unidos como los chicos al final de la película de Vaselina. Hay una versión inicial de la página de agradecimientos de mi tesina que agradece a todo mundo. Soy bien cursi. Y al final me reprimo: la versión oficial que pasó la edición final sólo tiene unos cuantos renglones. Pero esa fue la graduación y despedida que más me dolió. Graduarse de la universidad fue como ser expulsado del último reducto de certidumbre.
El plan ahora es poder graduarnos el próximo año. Sin embargo, uno ve gente irse cada año y duele un poquito. La gente se va por no pasar los prelims, por cambiar de opinión, por graduarse y conseguir trabajos. La ventaja de la academia es que es una comunidad pequeña que se llena de excusas para viajar y congregarse: conferencias, congresos, invitaciones a seminarios, y todo mundo se acaba reencontrando tarde o temprano.

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Pero en fin. Lo bueno de las despedidas es que siempre implican un círculo que se cierra y nuevos comienzos.

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