Aparentemente existe esa costumbre en twitter o instagram de postear fotos viejas de uno los jueves. No es algo que yo haga, pero sin querer coincide en que hoy visto dos piezas ya bastante viejas que hace muchos años no usaba y que se han vuelto parte de mi rotación en el clóset.
Una es mi suéter rojo quemado, mezcla de acrílico súper calientito y un poco de spándex, que me gusta tanto porque es el único que tiene ese cuello de ojal que me encanta en camisetas y vestidos y que no es tan fácil de encontrar. Tiene muchísimos años que no lo usaba porque hace mucho creía que un poco de pancita me hacía ver súper gorda y por vanidad no quería que ese poquito de spándex me hiciera ver mal. También lo asociaba con la última vez que vi a RB poco antes de mi cumpleaños por allá del año 2001 y lo molesta que me sentía de darme cuenta que había estado saliendo con un pusilánime, que también fue la vez que un extraño me paró en la calle para decirme, entre otras cosas, que no debía caminar jorobada y que tenía una sonrisa muy linda (un cumplido que aprecio mucho sobre todo considerando que tengo los dientes bien chuecos). En fin. El suéter lo guardé con la esperanza de usarlo de nuevo cuando fuese delgada, y hace poco haciendo una depuración más de clósets y libreros lo encontré. Lo lavé y me di cuenta que a pesar de mi panza no se ve mal, y es súper calientito. Me sigue gustando mucho, a pesar de no haberlo usado en por lo menos diez años.
Mi otra pieza de nostalgia es mi par de botas mineras color café, que han sobrevivido cuatro mudanzas desde que los usé por última vez cuando tenía 19 años. Después de lavarlas, cambiarles las plantillas y llevarlas al zapatero para una limpieza más profunda y algo así como una reparación, hoy las uso de nuevo. Mi idea era reciclarlas para no tener que comprar uno de esos pares de botines de agujeta que han vuelto de la moda grunge de principios de los noventa, pero ahora me doy cuenta que no son tan parecidas en estilo. Aún así me gustan, aunque son casi tan incómodas como las recuerdo de hace tantos años, pero después de unas horas y de cambiarme los calcetines ya las he vuelto a amoldar y se sienten bien. Algo hay en ciertos zapatos que te ayudan a conectarte con la actitud adecuada para ciertas ocasiones. Es el caso de mis flats rojos puntiagudos que me gusta usar en algunas presentaciones importantes, mis converse color marrón o mis flats dorados de punta redonda. Es el caso de estas botas que me ayudan a sentir que vivo mi vida en mis propios términos, lo que sea que eso signifique, aún cuando esa sensación sea artificial y temporal, aún cuando sea producto de mi necesidad de sentir que tengo algo de control en medio de lo que será mi mudanza número 18 en 32 años de vida, y del montón de papeleos, burocracias y trabajos pendientes que parece que nunca van a terminar, trajeteos propias de la vida y las decisiones que decido tomar. O algo así.
Quizá sólo es que me emociona el que, a pesar de que vivimos en unos tiempos en los que ya casi nada es duradero, mi suéter de acrílico aún se ve y se siente bien, y mis botas de piel barata y casquillos pesados han sobrevivido por más de diez años. Quizá se siente bien saber que a pesar de que hay muchas cosas que han cambiado, de mí, a mi alrededor, hay ciertas cosas que sobreviven y permanecen, aunque sean recicladas. Quizá a veces sólo sea cuestión de convertir cosas tan simples como un suéter o unos zapatos en símbolos que representan lo que queramos.